Otro primero de Mayo que pasa sin pena ni gloria, con mal tiempo generalizado en toda España,  un macro puente en la Comunidad de Madrid y el desamparo de los líderes  de UGT y CCOO que han adulterado la celebración con motivos ajenos a la misma para con ello conseguir un mínimo de respuesta en la  calle.

El 1 de Mayo de 1886, en el que los huelguistas de Chicago reclamaron la jornada de ocho horas con el resultado de seis muertos y decenas de heridos a manos de la salvaje policía americana, esa que dispara antes de preguntar, fue el embrión de esta Fiesta Internacional del Trabajo, instituida definitivamente por la Segunda Internacional Socialista en 1904 en recuerdo de aquel 1 de Mayo de 1886 y como jornada festiva y reivindicativa de los derechos de la masa obrera, fundamentalmente el de la jornada de ocho horas.

Esa fecha se ha mantenido internacionalmente como la jornada festiva y de lucha, con algunos altibajos en los años anteriores a la segunda guerra mundial y generalizada a partir del fin de ésta; en  el mundo libre con manifestaciones y desfiles de tinte laboral mientras en los países comunistas se hacía con grandes manifestaciones y desfiles militares. En la España franquista el 1 de Mayo siguió celebrándose como fiesta del trabajo, sin matiz alguno reivindicativo sino como jornada festiva que congregaba en el “Santiago Bernabéu” a toda la élite de los Sindicatos verticales, cientos de gimnastas elaborando con sus evoluciones figuras alegóricas a la grandeza de la Patria, otros tantos danzantes de bailes regionales de todos los rincones de España (hay que recordar que entonces España solo había una y no quince más dos desertoras como en la actualidad) y ya en las postrimerías del régimen un número significativo de soldados rasos para rellenar los numerosos huecos que cada año se producían (por cierto, la única vez que he estado en el Bernabéu, vestido de caqui y  obsequiado con un muy generoso bocadillo de jamón acompañado de una cerveza).

La celebración del 1 de Mayo alcanzó su apogeo en los años ochenta durante los Gobiernos de Felipe González. Fue la época gloriosa del sindicalismo, los años de lucha por la reconversión industrial, con dos huelgas generales y con el liderazgo indiscutible de Marcelino Camacho y Nicolás Redondo, dos sindicalistas que hicieron historia y a los que la morralla sobrevenida posteriormente jamás podrá hacer sombra.

Con la desaparición de los dos grandes líderes sindicales, el nuevo sindicalismo vertical que vive a expensas del Estado comenzó su declive, se dedicaron al saqueo de todo los que se les venía a mano, los ahorros de los obreros que invirtieron en compra de viviendas que nunca llegaron a ver;  el dinero de los ERE  y de los curos de formación andaluces que fue a parar a manos de amigos y familiares mientras los líderes sindicales vivían de juerga en juerga, de comilona en comilona, de cruceros y relojes de oro. Toxo y Méndez convirtieron el neosindicalismo vertical en academias y gestorías, academias para los cursos de formación que se cobraban y no se impartían, gestorías para gestionar la tramitación de los ERE que ellos mismos propiciaban y de los que obtenían un jugoso porcentaje. Su actuación en los años de la crisis resultó cuanto menos vergonzosa, con sus líderes dedicados a la gran vida mientras las colas crecían en las oficinas de empleo sin que nadie haya podido ver un banco de alimentos o un comedor social con el rótulo de UGT ni CCOO.

Hoy el neosindiocalismo vertical está donde se merece, casi en las cloacas. Lejos de luchar por conseguir un reparto equitativo de los beneficios generados tras la crisis, para que las nuevas generaciones puedan incorporarse dignamente al mundo laboral con unos salarios que les permitan un poder adquisitivo que haga funcionar el sistema, se diluyen entre los movimientos ajenos al sindicalismo, bien sean del feminismo más ramplón,   de los manejables pensionistas o de los horteras catalanes del amarillo,  de los cuales se aprovechan para parecer en la calle lo que en sus sedes solo es ruina.

Se les fue el monopolio de la formación, perdieron las comisiones de los ERE que ya apenas hay, la influencia dominadora en los convenios sectoriales y sobre todo perdieron la confianza de los trabajadores, con una reducción drástica de militancia y mínima incorporación de jóvenes a la causa sindical. Hoy solo les queda parte del color porque cada vez son menos los paniaguados que portan las banderas rojas y más los que las ensombreces con otras de color lila, morado, multicolor o amarillo.

El 1 de Mayo ha cambiado de color. Ya lo que menos importa es la reivindicación laboral. Es más importante manifestarse contra la sentencia de “la manada” o por la libertad de los políticos presos que por el reparto equitativo de la riqueza que empieza a florecer tras la crisis. Los Sindicatos en KO técnico.

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1 de Mayo, cambio de color

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