Esta mañana he recibido un mensaje por WahtsApp que decía “!Feliz Día del Maestro! ¡Qué tiempos aquellos! Un fuerte abrazo” y confieso que me ha sorprendido tanto como me ha agradado.  Me ha sorprendido porque hace ya muchísimos años que abandoné esa digna y meritoria  profesión y me ha agradado porque el remitente me ha recordado en esas lides y porque pienso que el Magisterio, al igual que el Orden Sacerdotal, imprime carácter y todo aquel que hizo esa carrera, aunque no la hubiera ejercido, mantiene un poso didáctico que sin percatarse de ello aplica constantemente a lo largo de su vida.

Qué tiempos aquellos, me decía mi amigo Ernesto. Qué tiempos aquellos digo yo  cuando recuerdo que fui el último maestro de Deyá, un pueblecito pequeño de la Sierra de Tramontana mallorquina del que hizo su pequeño paraíso el escritor inglés Robert Graves, mi protector frente a la Iglesia que me denunció al Régimen por aplicar al pie de la letra la Ley Villar Palasí en cuanto a las clases de religión. Tiempos del movimiento hippie en los que yo, a mis veinte años, lucía una poblada barba y una media melena, que allí parecía normal pero en mi pueblo hacía rechinar los dientes a más de uno.

La Escuela de Magisterio “Pablo Montesinos” de Madrid era un auténtico laboratorio pedagógico. Allí se estudiaban las nuevas técnicas y las nuevas corrientes de la enseñanza, que una vez practicadas en la escuela de primaria aneja a la misma se extendían al resto de las “Escuelas Normales” y a las escuelas públicas. Allí experimentamos con la ya olvidada matemática de los conjuntos, tres años antes de que se implantara en las  otras “Normales”. Por nosotros no pasó el “Mayo del 68” del que todos presumen y que muy pocos vivieron. Nosotros asistíamos  a clase obligatoriamente con corbata; ya éramos unos “señores” con apenas cumplidos los dieciséis años. El Régimen nos “pedía” que acudiéramos al Instituto de Estudios Sindicales  para hacer cursos de estudios sindicales y cooperativos, con los cuales se nos preparaba para ser los promotores del cooperativismo agrario incipiente.

Cuando accedimos a la escuela, unos con la oposición aprobada y otros sin ella, éramos lo que se conoce como “don sin din”. Mucha autoridad, mucho prestigio, mucho reconocimiento pero poco dinero. En eso seguíamos la misma tónica que nuestros antepasados a través de los tiempos. En la Delegación de Palma me dieron las gracias por ir a pedir una escuela; ser maestro en aquellos tiempos en los que un camarero de hotel ganaba como mínimo el doble era muy difícil y gracias al interés de los residentes extranjeros por aprender el idioma podíamos ir sobreviviendo.

Se criticaba mucho que los maestros vivieran en “guetos” en los pueblos, pero a pesar de ello, vivían en el pueblo y con los del pueblo y conocían a sus alumnos y a sus familias, sus alegrías y sus tristezas, sus problemas, sus carencias y aunque esto nos parezca ultramoderno, la educación personalizada ya se aplicaba entonces. Hoy en día las casas  de los maestros han desaparecido en la mayoría de los pueblos. Son muchos los maestros que ya no residen en los pueblos, si acaso de lunes a viernes y en gran parte con desplazamiento diario; el trato con los alumnos y con sus familiares es muy diferente, el conocimiento del medio familiar se ha reducido y aquellas categorías que distinguían a los maestros, autoridad y  prestigio ya se ha encargado esta sociedad moderna de tirar por tierra, en una alocada carrera por querer hacer de sus hijos  héroes de los que sea y en la que un preparador yudoca tiene más autoridad que el maestro de la escuela.

“Si el niño aprueba es porque es listo. Si suspende es porque el maestro no trabaja lo suficiente”. Es la frase que define la nueva concepción familiar de la educación,  en la que la figura del maestro se encuentra muy devaluada sin que las autoridades en la materia hayan analizado los porqués y hayan tomado las medidas necesarias. Tengo bastantes compañeros y amigos en la enseñanza, veteranos ya en su mayoría y les observo un gesto de desilusión, de tristeza, de decepción, por lo mucho que han luchado y lo poco que la sociedad en general y los gobernantes en particular se lo han agradecido.

Leía esta mañana en la prensa que en la escuela primaria tan solo uno de cada cinco docentes es varón cuando hace cuarenta años eran mitad y mitad. Algo pasa para que la escuela ya no sea atractiva para el sexo masculino. Eso también deberían analizarlo los políticos. Las tendencias no cambian así porque sí. Que se lo hagan mirar.

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27 N, Día del maestro

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