En definición más o menos libre, dícese de aquel mal que afecta a todo sujeto que, con ocasión de cualquier dolencia, por nimia que ésta sea, acude a internet en búsqueda de información en lugar de acudir a la consulta del médico de cabecera. Los tiempos cambian y no necesariamente para bien, y hoy día el médico que más clientela tiene es el Doctor Google, habida cuenta de nuestra obsesión por encontrar el remedio o el placebo online.

Doctores tiene la Iglesia y también los tiene Internet. Incluso en la Segunda Guerra Mundial se hizo famoso un tal Doctor Zanahoria, británico y flemático, que recomendaba la ingesta de dicha hortaliza durante dicho periodo bélico ante la escasez de suministros y víveres.

Volviendo al entorno virtual, quizá esta afición desmedida a la búsqueda del anhelado diagnóstico en la red se deba a que, según Microsoft, tendemos a sentirnos identificados con descripciones ambiguas y a ponernos siempre en la peor de las posibilidades, esto es, si nos duele la cabeza empatizaremos rápidamente con la posibilidad de padecer un tumor cerebral o una meningitis.

El hipocondríaco, por tanto, está de enhorabuena y dispone de un amplio mercado de consultas y tutoriales diversos donde poder plantear sus paranoias y ya no tendrá que perder tiempo en las odiosas consultas externas. Bastará con pulsar un click y encontrará la solución a sus desvelos, mutando así de hipocondríaco a cibercondríaco.

Si el algodón no engaña, los ratios tampoco. El 60 % de los españoles consulta su estado de salud en internet, la mitad de ellos lo hacen antes de acudir a una consulta médica y el 45 % lo hace antes y después, lo que evidencia que el necio es recalcitrante en materia sanitaria e indaga torticeramente en búsqueda del diagnóstico.

A pesar de la aparente comodidad de localizar un dictamen médico rápido o de confirmar en la red nuestro propio pre-diagnóstico, no hay que desconfiar de los matasanos de carne y hueso, a pesar de que la praxis a veces es cuestionable, lo que nos permite conocer algún caso como el de aquel desgraciado al que le diagnosticaron la amputación de la pierna izquierda y finalmente el cirujano le serró la derecha, y esto es verídico, de lo que se colige que si el médico no puede hacer el bien, debe evitar al menos hacer el mal.

Schopenhauer afirmaba que “el médico ve toda la debilidad humana, el abogado toda la maldad y el teólogo toda la estupidez”, y estoy de acuerdo con ello. Esta manía de pretender saber arrogantemente más que el médico también se extiende a otros gremios como el educativo -los padres saben educar a sus hijos mejor que el profesor- o al legal. Recuerdo que en una ocasión contactó conmigo una posible clienta y lo primero que me dijo era que ya conocía el coste de los honorarios por un divorcio “expres”. Lógicamente le aconsejé que no me hiciera perder mi tiempo ni el suyo y que acudiera a la red a divorciarse.

Como decía aquel albañil que compartía empresa con su hermano, “no me fío de la mitad de la cuadrilla”. Pues eso, no nos fiamos del facultativo ni del especialista porque sólo nos fiamos de nosotros mismos y tiramos del galeno virtual para ver si consigue ratificarnos simplemente lo que ya sabemos. Ante cualquier resfriado mal curado tendemos a somatizar determinados síntomas y a determinar, sin género de dudas, que lo que sufrimos realmente es una hidrocefalia y no la consecuencia de dormir con el culo al aire tras una tórrida noche amorosa. Si a nuestra dolencia le añadimos unas décimas de fiebre, la red probablemente determine que estamos afectados de Lupus, dolencia ciertamente malsonante con la que diagnosticaba masivamente a sus huestes el mediático Doctor House.

Al igual que todos los médicos tienen sus enfermedades favoritas, los pacientes también las tenemos, según parece, y los padecimientos más buscados en la red el año pasado fueron, entre otros, la psoriasis, la diabetes, la anemia y el alzheimer. Para Voltaire, la medicina no consistía en otra cosa que en entretener al paciente mientras la naturaleza cura su enfermedad, por lo que el que esto firma, antes que acudir al consultorio virtual, preferiría acudir al Dr. Hunter Doherty, también conocido como Patch Adams o Doctor de la risa, quien junto al hecho de ejercer su profesión, aporta grandes enseñanzas a la humanidad.

O me pondría en manos del Doctor Tiempo, que todo lo cura.

 

Cibercondría

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