Como si se tratase de una premonición, el plebiscito venezolano le ha deparado al ínclito Maduro lo que éste recomendaba precisamente a Rajoy hace escasas fechas, esto es, que se vaya a su casa, en traducción más o menos libre del anglicismo. Con independencia de que el deseo viajero de Maduro sea compartido por muchos españoles, no es menos cierto que el otrora conductor de autobuses, es decir, un pela bola, como dicen allá, se despide de la presidencia del país caribeño con mayor tasa per cápita de hermosas mujeres del mundo. Se desvanece así el sueño atormentado y populista de la República Bolivariana, revestido de tintes socialistas, tras lo sucedido también en otros lares como ya vimos en Argentina y como ya veremos también en el Brasil de Lula, donde a la actual Presidenta, Dilma Roussef, le quedan dos telediarios.

Humildemente -llámenme clásico- soy de la creencia de que el mundo entero se debate, sin más, entre dos opciones políticas, simbolizadas como el diferente camino a seguir ante una encruzijada, es decir, a izquierdas o a derechas. Tal dicotomía la conocen bien los americanos, puesto que para los gringos o se es demócrata o se es republicano. Y punto. Nada de medias tintas.

El resto son meros experimentos que se han comprobado estériles, tales como los extremismos de ambos lados, que tanto en un caso –dictaduras- como en el otro –dictablandas- siempre conducen a la hecatombe, o los nuevos híbridos centristas moderados, que suscitan serias sospechas ante su difuso y oculto contenido. No obstante, y ante la actual paleta multicolor que decora nuestro país hoy día en tonos rojos, azules, morados, naranjas y rosas, y aunque únicamente sea por el presumible rosario de pactos y mentiras posteriores –y no anteriores-, permaneceremos atentos a la pantalla.

Volviendo al asunto bolivariano, y a fin de no cansar a mi selecto ramillete de lectores, no pienso perder muchas energías en definir a Maduro ni a su escaso tacto, similar al de un alacrán en el cogote, quien a pesar de su adjetivado apellido ha demostrado estar muy verde para tamaña empresa. Sus ademanes brutos y su carácter lenguaraz le han pasado factura, tanto como su trato al opositor o el hambre que anida en el país más rico de américa latina.

Mientras se organiza la victoriosa oposición, Don Nicolás, con cara de arepa y rostro adusto, va tirando de su todavía propio gabinete mediático y en su habitual tostón televisivo –En contacto con Maduro-, como todo mal perdedor, amenaza con boicotear la inminente ley de amnistía para liberar a los numerosos presos políticos, incluyéndose en el cómputo hasta a un demacrado y conocido albaceteño, habiendo llegado sus zarpas, como ven, hasta el mismo corazón de la llanura manchega.

No va a vender barata el ramplón presidente del chándal y lengua viperina su salida a escobazos del Palacio de Miraflores y la venganza en Venezuela se sirve fría como la chicha criolla. No en vano, el Presidente de la Asamblea, con nombre de actriz, Diosdado Cabello, pretende aprovechar su interinidad para apresurarse en nombrar jueces ad hoc que tumben cualquier iniciativa legislativa de la oposición.

En un alarde de autocrítica, el ya ex Presidente ha denostado hasta a sus propios votantes por haberles dado la espalda, apoyando así “una asamblea dominada por el fascismo”. Este plumilla todavía recuerda los ecos de los continuos escándalos del ya caduco gobierno venezolano, como el tráfico de cocaína desde Haití a Nueva York o las licencias lingüísticas homofóbicas de Maduro hacia quien osara plantarle cara, entre otras lindezas. Todo ello, por cierto, muy al estilo Pablo Escobar.

En el bando ganador, y ataviado con su habitual gorra tricolor, el ex candidato presidencial y líder ideólogo opositor Henrique Capriles presume de victoria aplastante, no en vano han obtenido 112 escaños por los 55 del chavismo, al que no se votó, curiosamente, ni tan siquiera en el estado natal del extinto Chávez, agradeciendo la oposición para tales lides la contribución de nuestros ex Presidentes Zapatero y Felipe González. Afortunadamente, las urnas han demostrado lo que Abraham Lincoln ya vaticinaba: “se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”.

Y es que en un estado en que los homicidios gozan de un 92 % de impunidad, es decir, que hasta las ranas llevan pistola, y en el que el botarate de Maduro andaba regalando el petróleo mientras el país se desabastecía y se inflacionaba, larga vida deseamos al nuevo gobierno, que se enfrenta a arduas tareas de desmontaje y soterramiento de estructuras que han demostrado servir únicamente para sumir a Venezuela en el desconcierto, el temor, la inseguridad y la pobreza, a pesar de la riqueza del mismo y de sus gentes, comprobándose de esta manera que el chavismo se ha limitado, a pesar de sus mimbres, a hacer de cada solución, un problema.

«CUATRO ESQUINAS»: Go home, Maduro

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