Seguramente yo no sería bióloga si no hubiera tenido una maestra excepcional. Pilar nos enseñó que la vida se basaba en tres funciones: relación, nutrición y reproducción. La más interesante era la de reproducción, claro. Sembró muchas semillas para que durante varias generaciones no se extinga el amor por la Ciencia.

Seguramente todos los científicos podríamos dibujar una especie de árbol genealógico en el que indicáramos quienes han sido nuestros maestros y quienes nuestros discípulos. Porque la ciencia no acaba con nosotros. Los científicos y los maestros somos el puente de conocimiento y de entusiasmo entre una generación y las siguientes.

La necesidad y utilidad de una Universidad pública en nuestra región es indiscutible. Que la Universidad esté próxima a los domicilios de nuestros jóvenes evita los grandes éxodos del pasado hacia las grandes ciudades. El desembolso que cualquier familia debe hacer para sostener económicamente la formación de los hijos se ha reducido considerablemente. El conocimiento, gracias a toda la red educativa, llega por una vía directa a Castilla La Mancha.

El siguiente paso sería generar conocimiento, es decir, investigar. En este sentido se ha avanzado bastante desde la creación de la Universidad de Castilla La Mancha, responsable de la mayor parte de la investigación regional. No obstante, en los últimos años, los recortes en investigación han mermado nuestra capacidad para investigar de una manera dramática. Nuestros laboratorios se han quedado casi desiertos de estudiantes de doctorado. No digamos ya de posdoctorales. Las ramas de nuestro pequeño arbusto (no le dio tiempo a llegar a árbol) se están rompiendo.

Se dice muchas veces que la ciencia está atravesando un mal momento, pero no sé si se llega a imaginar cómo de malo es este momento aquí, donde no hubo tiempo para sentar unas bases sólidas de investigación.

Para investigar necesitamos dinero. Antes de que la crisis entrara como un elefante en nuestros laboratorios, teníamos fuentes de financiación a tres niveles: regional, nacional e internacional.

El último proyecto regional se convocó en el año 2010 y se rescató en el 2014 porque se tardó todo ese tiempo en liberar el dinero. No convocaron nuevos proyectos ni los populares, ni los han convocado los socialistas que llevan ya un año en el gobierno de la región bajo el atento ojo de Podemos.

Los proyectos nacionales han reducido la cuantía y, en igual medida, se ha mermado el número de proyectos concedidos. Las universidades (no es un problema exclusivo de la nuestra) tenemos que competir en una liga muy dura. Una liga de grandes grupos, cuya dedicación es exclusivamente investigadora, mientras que nosotros dedicamos buena parte de nuestro tiempo a la docencia. Son grupos ubicados en centros de investigación de élite con muchas facilidades técnicas. Muchos grupos de la Universidad, como el nuestro, ni siquiera tienen técnico de laboratorio, ni posibilidad de pagarlo.

Si los proyectos nacionales son duros, los internacionales son casi imposibles. Como consecuencia de todo esto, no sólo desaparecen los estudiantes, también lo hacen los grupos.

Nos vemos obligados a competir con grupos que disponen de muchos más medios que nosotros. No solo nacionales, sino del mundo entero. Cuando mandamos un artículo a publicar, a los revisores de las revistas científicas no les importa (lógicamente) en qué condiciones realizamos las investigaciones. Sólo les incumbe la calidad de los trabajos que reciben.

Nuestra excelencia (la personal y la del grupo) la miden las agencias evaluadoras nacionales teniendo en cuenta el número y la calidad de los artículos que publicamos. Se nos pide excelencia, como si esta surgiera de la nada. Como si estuviéramos obligados a ser excelentes en un entorno que, por hablar de forma comedida, nos descuida.

La Universidad necesita que vuelva la liga regional, la de los proyectos y la de las becas de formación de personal investigador. Además, puestos a pedir, sería muy deseable que en la liga nacional hubiera dos niveles: uno para los grandes grupos (la Champions) y otro para nosotros, los pequeños. Porque generar conocimiento es importante para la región. No podemos quedar aún más relegados.

Mi trabajo consiste en preparar clases, impartirlas, preparar exámenes, imprimirlos, graparlos, atender correos de los alumnos, tener tutorías, hacer revisiones de examen, ir a reuniones docentes, poner las notas, dirigir trabajos fin de Grado, dirigir trabajos fin de Master, diseñar experimentos, hacerlos, escribir artículos científicos, revisarlos, leer bibliografía, lavar a mano el material de laboratorio, esterilizarlo, colocarlo en las estanterías, pedir presupuestos a las casas comerciales, hacer pedidos de material para el laboratorio, preparar reactivos y soluciones, etc… No me lamento, es mi trabajo, pero no me pidan que sea excelente en todo. Lo intento, pero no llego. Tengo una prioridad sobre todo lo que hago: tratar bien, en todos los sentidos, a mis alumnos. Es el capital humano con el que trabajo. Requieren tiempo y dedicación.

Así que cuando el otro día un par de alumnos de Medicina me solicitaron una estancia estival de investigación les tuve que decir, con todo el dolor de mi corazón, que no, que el laboratorio está vacío, que este verano tengo que hacer experimentos, que necesito publicar y que no llego a todo. Y por eso me puse a escribir esta columna. Por la pena, la impotencia y la rabia.

 

CHARO SABARIEGOS

El árbol roto de la ciencia

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