La  estructura de los Partidos Políticos tradicionales está básicamente formada por un conjunto de afiliados de base, del que emergen cuadros elegidos por estos en los diferentes niveles, local, provincial, regional y nacional, mediante un sistema representativo por el cual los afiliados eligen a quienes les han de representar en los diferentes congresos, sin que su voto directo  alcance más allá del ámbito local. De esta sencilla estructura se desprende que, en la teoría, la fuente de representación y de poder se encuentra en la base, en los afiliados, que aunque de forma indirecta son los que deciden quienes van a componer sus cuadros.

Diferente es el caso de los populistas podemitas donde las bases se encuentras dispersas en decenas de movimientos callejeros y asamblearios de ideologías distintas e incluso dispares, unidos bajo el poder de un líder surgido de la nada, que ha sido capaz de aglutinarlos en torno a él y frente al sistema establecido y dónde la toma de decisiones se efectúa teóricamente de forma asamblearia e independiente.

En el primer caso, que es el más generalizado, las bases constituyen una masa de maniobra al servicio de los cuadros de mando instalados en el poder o como parte de las huestes de cada uno en su lucha por conseguirlo o mantenerlo. Las bases, cuya  participación activa ahora se reclama para todos los niveles, tradicionalmente han sido utilizadas, manipuladas y olvidadas; utilizadas como motor en los procesos electorales locales, regionales o nacionales; manipuladas en los procesos electorales internos y finalmente olvidadas una vez culminados unos y otros.

A raíz de los movimientos asamblearios que dieron lugar al nacimiento de Podemos y sus decenas de grupúsculos, confluencias, mareas y demás ralea y como consecuencia de la guerra interna provocada por Pedro “el breve” dentro del PSOE, frente al aparato del mismo en general y de los barones regionales en particular, se puso de moda y se trató de convertir en principio irrenunciable el voto directo de las bases en cualquier toma de decisión de los dirigentes, supliendo con ello la autoridad estatutaria conferida a los mismos en los diferentes congresos. Otro caso más de manipulación de la militancia según los intereses del líder, en una perversión total del sistema que al PSOE le puede costar caro en estos próximos meses.

La militancia elige, como mucho, a sus dirigentes locales. Para los demás niveles es el delegado o compromisario el dueño del voto de sus representados, que lo utiliza a su conveniencia. La militancia no elige a los candidatos en Diputaciones, Parlamentos regionales o Congreso y Senado. Es el aparato del Partido el que para los  diferentes niveles pone a quienes por una u otra razón les resultan más útiles o convenientes. La relación militancia-cargo electo es prácticamente inexistente. El militante de base puede pasar toda una legislatura sin ver la cara del Sr. Diputado o Senador al que votó y menos si se trata de un cunero que pasaba por allí. A lo sumo recibirá la visita de algún dirigente provincial o regional que precisen de hacerse una foto con la plebe de cara a algún movimiento interesado de su carrera política.

La militancia, en resumen, no significa nada dentro del funcionamiento del Partido salvo cuando se la necesita para algo, elecciones, confrontaciones internas y poco más, pero es que además de ello, la militancia en su mayor parte está compuesta por personas a los que unen intereses concretos dentro del Partido; son receptores de favores, de subvenciones, familiares de cargos, aspirantes a puestos de trabajo, suministradores de trabajos, mercancías o servicios etc. etc.. Son un porcentaje mínimo del total de votantes y simpatizantes de los diferentes Partidos. Son los que en un momento determinado pueden obtener favores y de hecho, es notoria la desbandada de afiliados en el PSOE desde el segundo mandato de Zapatero.

Los afiliados del PP, en el supuesto de que votaran todos, solo suponían el 9,88% de total de votos obtenidos en Junio pasado. Los afiliados del  PSOE tan solo el 2,80% del total de votos. En los de Ciudadanos el 1,04% del total obtenido. En el caso de Podemos y sus asociados de IU no puede precisarse el volumen de sus afiliados al no ser fiables las incorporaciones informáticas.

Con todo esto se llega a la conclusión de que la moda de la “democracia directa” que llena la boca de muchos dirigentes políticos, no es más que eso, una moda, una quimera con la que se pretende utilizar a los militantes como fuerza de choque en las guerras internas. El que la militancia socialista, unos ciento ochenta mil, mayormente radicalizada tras las devastadoras actuaciones de Zapatero y Sánchez, sea la que tiene que decidir quién va a ser su candidato para unas nuevas elecciones generales, en las que tienen un colchón mínimo de cuatro o cinco millones de votos, me parece un contrasentido y lo mismo diría del PP o de Ciudadanos, pero no es el caso. Sánchez quiere utilizar a la militancia más radical con su consigna del “no es no” para reconquistar el poder perdido y su “ansia viva” de Moncloa. Patxi López es posible que se acomode en la misma consigna para utilizar en su favor a esa militancia que odia a la derecha y dejar tirado en el camino a su oponente. Susanita también va a utilizar a la militancia con un mensaje distinto, el de los logros conseguidos tras deshacerse del “no es no”.  Llegado el momento, todos se sentirán “reina por un día”, votarán al que mejor hable, al que más grite, al que más amenace, al que más favores deban. En la militancia socialista se da mucho lo de que “el que más chifla, capaor”; pues nada, a disfrutar del día, que la gloria es efímera y el olvido eterno.

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El discutido voto de la bases

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