“Vivimos en un mundo civilizado al que le sigue pareciendo el más embriagador deporte la viejísima práctica de las matanzas. Te degüellan por combatir la injusticia establecida, por pertenecer a una raza detestada; acaban contigo por hambre si eres prisionero de guerra, o te fusilan por supuestos intentos de sublevación; te condenan tribunales secretos por el delito de resistir en tu propia nación invadida… Te ahorcan porque no sonríes a quien ordena sonrisas, o porque tu Dios no es el suyo, o porque tu ateísmo no es el suyo… A lo largo del tiempo, ríos de sangre. Millones de hombres y mujeres…” La Fundación, Antonio Buero Vallejo.

Yo conocí a Buero Vallejo el día de su muerte. Aquel día, TVE programó en su honor La Fundación. Hasta que no terminó, no sabía que se había muerto un genio y que lo estábamos llorando. Aunque durante dos horas y media lo estuve intuyendo.

Una vez escuché a Eduardo Mendoza decir que si no habías leído Guerra y Paz tenías una gran suerte porque podías hacerlo por primera vez. Yo siento lo mismo con La Fundación, si no la has visto puedes vivir esas emociones por primera vez. La versión que pusieron aquella noche del 28 de abril del 2000 se puede ver fácilmente online. Háganlo.

La Fundación es una fábula en dos partes. Toda la obra gira en torno a la búsqueda de la verdad y en cómo a veces inventamos ficciones increíbles que la ocultan. La acción comienza con la Pastoral de la Obertura de “Guillermo Tell”, de Rossini. Los compases anuncian que no hemos venido aquí para ser tranquilizados, sino para asistir a una lucha.

El cambio que va experimentando el escenario, idílico al comienzo, va sumiendo al protagonista, y al espectador, en una profunda desazón. Junto con él vamos comprendiendo, diálogo a diálogo, el extraño comportamiento de sus compañeros. Poco a poco, todos asistimos al descubrimiento de una verdad que nos sacude físicamente. En la obra, el hambre, la muerte, la incertidumbre y la esperanza  son casi tan corpóreos como los actores.

Buero Vallejo estuvo seis años preso en las cárceles franquistas. Durante ocho meses estuvo condenado a muerte y luego se le conmutó la pena por 30 años de cárcel. Cumplió seis. Es imposible no pensar que hay mucho de él en esta obra, que estrenó un año antes de la muerte de Franco. Es imposible no pensar en la cantidad de años en los que la idea le estuvo rondando por la cabeza y en cómo consiguió contarlo de esta forma magistral. Si ustedes ven la obra, van a saber lo que es la “viejísima práctica de las matanzas”. Van a palpar el miedo universal al exterminio, a la imposición de un pensamiento único.

Las fábulas de Buero Vallejo comienzan como un cuento amable y terminan con lecciones demoledoras. Lo suyo son las cargas de profundidad. Él escribía para un público inteligente y adulto. Buero huía de los adoctrinamientos. Exponía los hechos y era el espectador el que llegaba a sus conclusiones. Sus criaturas eran ciegas, sordas, mudas o torpes porque su esperanza “quería fundarse en la lúcida aceptación de nuestras más negativas realidades, que es la única manera de superarlas”. Lo de Buero eran las fábulas, las ficciones, los experimentos que servían para destapar la más cruda verdad y enseñar el camino de la esperanza.

Faltan creadores lúcidos como los que hubo en el 98, en el 27, en la posguerra. Faltan dramaturgos, literatos, cómicos, artistas en suma. Personas que levanten la manta de los tópicos y mentiras con los que nos mecen y descubran el cadáver podrido que habita bajo ella. Si ellos estuvieran aquí, no camparían tan a gusto los nacionalismos populistas, ni los populistas a secas, ni los cínicos, ni los corruptos, ni los desmemoriados, ni los incultos. Si tuviéramos otro Antonio Buero Vallejo, escribiría una fábula que removería esta democracia que se lame las heridas sin ir a buscar el desinfectante.

Siempre hace falta un Buero Vallejo, porque siempre hay ficciones tapando alguna verdad. En La Fundación aprendemos que no existen las rejas, sino la esperanza de un mundo mejor, que la libertad no se tiene, se ejerce con valor.

 

Las obras de Antonio Buero Vallejo se representan poco, muy poco, en este país que es el suyo. En el centenario de su nacimiento me duele especialmente el olvido al que se le condena. Este es mi modesto homenaje. En su recuerdo.

 

 

El mundo civilizado de Antonio Buero Vallejo

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