De regreso a mi hábitat urbanita después de un mes de poca playa y mucha montaña, echo de menos lo que años atrás me quitaba el sueño, el síndrome postvacacional, que por cierto no recuerdo cómo se le llamaba antes del invento de tal palabro y es que cuando  uno pasa a la situación “B” a veces lo que a la mayoría les distrae o relaja al beneficiario de tal situación puede resultarle hasta incómodo dejar sus hobbies a un lado para ir a fundirse con la marabunta que invade pueblos, playas y montes.

La gira artística, cultural, turística  y gastronómica del Orfeón de la Mancha por tierras de Cantabria y País Vasco todo un éxito. Monasterio de Santo Toribio de Liébana, Basílica de Begoña  de Bilbao o Catedral de Palencia han puesto oído y sentimiento a nuestras voces y al margen de ellas, las playas del Sardinero y la Concha, Cabárceno,  Fuente Dé, la Plaza Nueva bilbaína y en general la rica gastronomía norteña  han contribuido un año más al disfrute  de esas jornadas de convivencia con las que el Orfeón se premia después de una temporada intensa en la que no ha quedado palillo sin tocar.

De vuelta al terruño comienza la segunda etapa. ¡Ay Sierra del Segura si estuvieras más al Norte!, pero estás dónde estás y entre tus pinos crecen chumberas y tus arroyos y ríos sufren de estiaje pero no por ello dejas de ser bella, diversa, profunda y misteriosa. Las primaveras lluviosas que avivan el tono verde de los pinos, los otoños multicolores donde el verde se mezcla con el amarillo, naranja o rojo y los inviernos suaves donde la nieve es más regalo que incordio hacen de ti  un paraíso terrenal que solo en el verano te convierte en más infierno que gloria.

Cuando eras Sierra poblada y viva,  tus pueblos, aldeas y cortijos apenas precisaban  de algo más que un sendero de cabra para llegar o unas calles tortuosas, sorteando desniveles sin desperdiciar un palmo de tierra donde asentar  sus moradas y bancales. Ahora tus bancales muestran derruidos sus muros de piedra  dejando asomarse a las raíces de los centenarios olivos, culpables  ellos ,de tal adversidad. Tus calles no esperaban que el  futuro convirtiera en reliquias al asno y al carro y dejaran paso a un nuevo concepto de la vida sustituyendo la laboriosidad de los huertos por el ocio de quienes en su día marcharon y de sus descendientes que aún conservan en pie el rincón familiar; también de aquellos que  hartos del calor del asfalto urbano vienen a descubrir las aguas cristalinas, el vuelo de las águilas, la sombra de los pinos, el  fastidioso canto de las chicharras y el melodioso canto de los grillos.

Ese es tu gran problema, Sierra del Segura, que apenas pensaste en lo que estaba por venir; dormiste mucho tiempo a la paz de los bancales y te despertaste con el ruido de una horda de invasores con nuevos carros que bloquean tus angostas calles, ensucian  tu entorno , turban la paz con sus ruidos y en muchos casos destruyen cosas que hablan de tu historia milenaria.   Pese a todo ello, para mí que nací y me crié en la llanura manchega,  eres y seguirás siendo mi refugio espiritual, al frescor de mis chopos junto al rio o al calor de la chimenea gontarina.

Acabó la segunda etapa. Albacete anuncia con ruido el final del  verano. Dentro de poco la rutina volverá a hacerse dueña de nuestras vidas,  en esta tierra de pocos sobresaltos.

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El regreso

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