Deambulo por esta senda primaveral, de días turbios y ánimo lánguido, cuando alguien cercano, acostumbrado a bombardearme con toda suerte de memes y chorradas varias, tiene a bien compartir conmigo un vídeo que todavía no sé muy bien si calificarlo de aterrador o desgarrador. Porque me da miedo y porque me hizo daño. Dura siete minutos y lo he visionado varias veces. Una profunda sensación de tristeza me acompaña desde entonces, sentimiento que me han compartido varias personas a las que, conociendo de antemano su sensibilidad, acerté a reenviárselo. Por el contrario, algunos de mis destinatarios ni tan siquiera lo han visto, quizá debido a su tamaño. Confío en que ese sea el motivo, que ni tan siquiera es una excusa, aunque probablemente sean capaces de abrir vídeos similares pero cuyos protagonistas sean Los Morancos.

Lógicamente, también conozco gente a la que ni me he planteado enviárselo, puesto que no serían capaces de sentir ni la presencia amenazante de un alacrán en el cogote. Divago y me enrollo más que Tom Wolfe, quien escribía párrafos de cinco páginas, cuando aquí lo mollar es el vídeo y su protagonista, una joven norcoreana que en la Asamblea de la ONG “One Young World” pide entre sollozos al mundo mayor comprensión y compromiso para evitar la persecución a la que están siendo sometidos los habitantes de su país merced al incuestionable régimen del ínclito Kim -a quien claramente corta el pelo un oligofrénico-.

Cerca de 300.000 habitantes de Corea del Norte buscan cobijo en la vecina y traicionera China, donde, entre otras juderías, otro hatajo de cabrones se dedica a vender a las adolescentes coreanas por 200 dólares o a repatriarlos de vuelta a su abominable país. Según un informe de Human Rights Watch, hasta 120.000 presos políticos, entre ellos niños, se encuentran hoy recluidos en campos de trabajo secretos, denominados en Corea ”kwan-li-so”.

Para muchos entre los que me incluyo, Corea del Norte es un país del que únicamente conocemos su ignominioso poder militar, tantas veces mostrado, y a su dictador, a quien habría que enseñarle lo que sabe hacer Marlon Brando con un pedazo de mantequilla en la película “El último tango en París”.

Gracias a One Young World he constatado que esta pobre chica cometió el pecado de nacer en un país que únicamente cuenta con un canal de televisión –algo típico en todos los regímenes dictatoriales-, que no dispone de internet y en el que nadie puede pensar, hablar o vestir siquiera como le apetezca. Siguiendo con sus bondades, en semejante nación se ejecuta a gente diariamente, por ejemplo, por realizar llamadas internacionales no permitidas o por ver una película rodada en Hollywood. Esta gente vive en el puto limbo y muy posiblemente nunca nadie haya pronunciado las palabras “libertad” o “derechos humanos”, ni siquiera a modo de susurro.

Nuestra joven y desdichada protagonista, cuyo nombre es Yeonmi Park, describe a su país como “indescriptible” o como “el lugar más oscuro del mundo” y narra entre lágrimas que tuvo que huir presa del miedo y del pánico al Desierto de Gobi siguiendo una brújula. Cuando ésta dejó de funcionar, tuvo que guiarse únicamente por las estrellas, escudriñando el cielo de la noche para orientarse hacia la frontera en busca de la ansiada libertad. Buscaba lo que Bécquer definió como la “luz apacible y desmayada de la luna”. En ese momento, tuvo la huérfana sensación de que “a nadie de este mundo le importaba y parecía que solo las estrellas estaban conmigo”. Terrible sensación la de esta hoy adolescente bajo el cobijo estelar, solamente guiada por Fobos, Dios del Miedo, y acompañada en su huida únicamente por pequeñas luces en el firmamento.

Supongo que todos, en mayor o menor medida, hemos sido víctimas de alguna sensación similar en determinados pasajes de nuestra vida, sintiéndonos huérfanos, abandonados a nuestra suerte y sin más compañía que las estrellas en días o momentos en que reinan la negrura y las tinieblas. Todos necesitamos en ocasiones un faro o una luz que nos ilumine y nos acompañe en el trayecto, gente que, con luz propia, consigue insuflarnos su aliento y que todas nuestras células bailen.

 

(Dedicado a todas aquellas personas que han sabido guiarme en mi azaroso sendero. Y a quienes sigo necesitando cerca. Por su luz.)

 

Estrellas en el desierto

La Opinión | 0 Comments