El pasado domingo 20-D, supuso el colofón electoral de un periodo de inusitado dinamismo en la competición política en España. El sistema de partidos de los últimos treinta años ha dado un vuelco y el nuevo panorama se concreta en un aumento de la fragmentación partidista. Nuestro sistema de partidos se sostuvo durante los últimos cuatro años sobre una crisis de representación que estalla en las calles y se consolidó con las múltiples iniciativas de movilización social sectorial, para finalmente entrar en la arena política transformando el sistema de partidos.

Este nuevo orden partidista está consiguiendo relegitimar el sistema político español, permitiendo que sectores de la población que hasta ahora no se sentían representados por los partidos tradicionales hayan encontrado un vehículo para volver a integrarse en él. Es el mérito de Podemos, que poco a poco ha ido transformando lo que parecía una crítica primaria y populista del orden de la Transición, en una opción política con perfecta capacidad para integrarse en el sistema, proponiéndose regenerarlo desde dentro. Además, no olvidemos que España es uno de los pocos países de Europa donde no han arraigado partidos de carácter xenófobo o antieuropeos de extrema derecha.

Este nuevo orden partidista en España, es en Europa  la regla. Solo 3 de los 28 Gobiernos de la UE tienen mayoría absoluta (Reino Unido, España y Malta). Los 25 restantes funcionan con alianzas de dos o más partidos. En España no ha habido Gobiernos centrales de coalición desde 1978.

Después de las elecciones del domingo 20 de diciembre, España ha dado un paso más para la refundación de las bases en las que se asienta el sistema de partidos. El nuevo sistema determinado por las urnas, no supone una revolución, pero sí un cambio importante, ya que refleja los deseos de los españoles, que piden diálogo, negociación y consenso. Nuestros ciudadanos rechazan los enfrentamientos sin salida a los que condujeron en el pasado situaciones muy polarizadas. Hemos de aprender a convivir  en un escenario de minorías parlamentarias, con la necesidad de dar lo mejor de si mismas para dotar de estabilidad al sistema.

Esta nueva organización más fragmentada del sistema de partidos suscita la necesidad de acceder a una cultura política del pacto, a hacer concesiones recíprocas y, en general a fomentar la colaboración mutua. Teniendo como pilares esenciales el compromiso político, la generosidad y la lealtad; así como la mirada puesta en el largo plazo. Es cierto que venimos de unas relaciones partidistas marcadas por la crispación, junto a la retórica de la descalificación global del adversario. No será un empeño fácil.

El cambio que se anticipa para nuestro sistema de partidos no tiene por qué interpretarse como una amenaza; puede verse como la apertura de nuevas oportunidades para la vida política española. Sobre todo, aunque no está garantizado, debería empujar hacia la consecución de una cultura de pactos, que es el medio imprescindible para la solución de la mayoría de los problemas políticos y sociales en  democracia. Sin prisas y sin líneas rojas Sr. Iglesias, sus “cinco cambios inaplazables e imprescindibles” necesitan: análisis, reflexión, discusión y acuerdo.

El gran activo del periodo que ahora parece llegar a su término ha residido en la estabilidad política garantizada por el juego competitivo entre los dos grandes partidos; una estabilidad que escondía, eso sí, un uso partidario de las instituciones y todo un conjunto de prácticas que los ha distanciado de buena parte de sus habituales votantes. La nueva competencia política les obligará a rehacerse o, si no, a afrontar un relativo declive. Tanto ellos como los nuevos partidos, están llamados por igual a contribuir a la gobernabilidad y a restaurar entre todos la confianza en la política, el bien más escaso de éstos últimos años en nuestro país.

Juan Francisco Fernández Jiménez- Ex Presidente de la Diputación de Albacete

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Horizonte complejo

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