Volvemos al teclado tras el oportuno parón motivado por los excesos navideños, que tienen el sedante efecto de nublarle a uno la razón, y uno se queda de plástico al desayunarse con la noticia de que Corea del Norte, ese singular país armado hasta los dientes y dirigido, manu militari, por un mandatario cuyo corte de pelo “a la romaneta” sería causa suficiente para denunciar al oprobioso peluquero por echar desperdicios a la calle, ha anunciado, decimos, que ha llevado a cabo con éxito su cuarta prueba nuclear y la primera en la que utilizaba una bomba de hidrógeno, mucho más potente que la todavía temida bomba atómica.

Kim Jong-un, niño prematuramente adulto con cara de memo y que si fuera aficionado al fútbol sin duda sería hincha del Arsenal FC, en lugar de ensayar la vacuna frente al cáncer triple x, se dedica a realizar ensayos para apepinar al país que ose amenazar a tan disparatado régimen, con gente más rara per cápita que los personajes de “Amanece que no es poco”.

La célebre bomba atómica, también conocida en el argot rural como la “bomba Antonia”, pasó a la historia en 1.945 tras episodios tan vergonzosos y desasosegantes como Hiroshima y Nagasaki, pero el ínclito Kim Jong-un ha resucitado la seta radioactiva en su versión termonuclear y el ensayo ha sido registrado por el Servicio Geológico de Estados Unidos como un terremoto de magnitud 5,1.

Afortunadamente, los españoles vivimos todavía en un país cuyos máximos exponentes tecnológicos, de momento, han sido la receta del Avecrem y los planos del Biscuter, lo cual nos exime de convertirnos en amenaza alguna, a diferencia del cafre de Kim Jong-un, a quien le deben gustar más los misiles que a su padre y a quien intuimos disfruta con estas cosas como un niño, puesto que no en vano la prueba ha sido realizada dos días después de su cumpleaños.

El líder supremo, cuyo cargo se asemeja, convendrán conmigo, a los empleados en Star Wars, firmó literalmente la orden de la prueba con el texto “Que el mundo vea este Estado fuerte, autosuficiente, en posesión de la bomba nuclear”, lo que nos habla de su prosa similar a la de Albert Camus, si bien advertimos cierta diferencia en el norcoreano al verle en la foto del acto de la firma coger el bolígrafo como quien coge un rábano.

El mal no descansa y el demonio “tiene cara de tomate” –mi padre dixit-, y el anuncio de la prueba se produce después de que el pasado mes de julio se alcanzase un acuerdo histórico para frenar el programa nuclear de Irán y se iniciara el levantamiento de las sanciones contra Teherán. Tapamos un frente y se nos abre otro, lo que nos conduce en los últimos tiempos a andar con pies de plomo y mirando hacia atrás.

Y es que de este país bien hubiera podido afirmar Martin Luther King aquello de que “una nación que gasta más dinero en armamento militar que en programas sociales se acerca a la muerte espiritual”.

A pesar de la clara exhibición de poderío armamentístico, hay voces que opinan que se trata de un mero farol nuclear, sin más, toda vez que la explosión “solamente” alcanzó los 6 kilotones, en lugar de los necesarios 50-60 megatones. Ante tales magnitudes me pierdo, aunque lo cierto es que la nefasta noticia, con n de nuclear, ha causado cierto canguelo entre sus posibles destinatarios americanos y entre sus vecinos de Corea del Sur, con los que se llevan francamente mal a pesar de su vecindad, todo un clásico.

La condena internacional, hasta la de sus aliados chinos, no se ha hecho esperar. El arriba firmante, particularmente, hubiera preferido regalarle de cumpleaños a Kim Jong-un un inocuo scalextric antes que dejarle pulsar, a modo de grotesco divertimento infantil, el botón de tan devastadora amenaza.

 

La bomba H

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