Como en los viejos discos de vinilo, esta pandemia tiene una cara A que suena repetidamente en los medios de comunicación y otra cara B, la que apenas tiene eco y solo sirve de relleno.

No voy a hablar de las caras A. No porque no tengan su importancia, que la tienen, sino porque ya lo hace demasiada gente: médicos, científicos, economistas, psicólogos, políticos, hosteleros, deportistas y tertulianos, entre otros muchos.

Hay caras B que me producen especial congoja y vergüenza. Me revuelven el estómago por ser cómplice y parte de una sociedad deshumanizada como la nuestra. En este caso la arcada la provoca un Decreto, que se resume en una serie de medidas para favorecer la contratación de personas para que trabajen en el campo, ahora que las fronteras están cerradas y los productores no encuentran jornaleros. En el mismo se incluyen parados, que apenas aguantan un día con el lomo doblado, además de otra serie de colectivos, entre los que se encuentran los jóvenes inmigrantes con permiso de residencia no lucrativo. Se trata de aquellos menores que han alcanzado la mayoría de edad y pueden residir en España, pero no obtener un permiso de trabajo. «Te dejo quedarte, pero no que puedas ganarte la vida». Si hoy tienen techo y comen es porque los acogen ONGs, que consideran el Decreto de marras tan necesario como insuficiente.
A estos chicos, entre 18 y 21 años, les van a hacer un contrato con el fin de que recojan la fresa o lo que corresponda según la campaña, antes de que los productores no tengan más remedio que dejar que el producto se pudra en la tierra o en el árbol. Y es que hay que comer, señores, y estos inmigrantes estaban ahí sin hacer nada, serán unos nuevos héroes por los que aplaudir una tarde. Pero eso sí, no salgan a los balcones a partir del 30 de junio, porque es el plazo máximo que le dan a sus contratos. Luego, si la cosa ha mejorado, se les devolverá su permiso de residencia no lucrativo; si no, les harán una prórroga, que viene la cebolla y más tarde la uva. Tan cruel como ofrecer un caramelo a un niño, dejarlo que lo chupe una vez para, a continuación, obligarlo a escupirlo.
Esta es una de esas historias surgidas de esta pandemia de final incierto. Mientras tanto, las mafias del estrecho han modificado su oferta. Los precios por llegar al otrora paraíso han caído por debajo de los mil euros. Ahora lo que se demanda es el camino inverso. Una minúscula noticia tasaba la huida del actual infierno en 5000 euros. Sí, han leído bien, 5000 mil euros por un viaje en patera al norte de África. Más o menos lo que cuesta un pasaje de avión en primera clase a las antípodas. Ida y vuelta.

Y esta es una de esas malditas y olvidadas caras B.

La cara B del coronavirus

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