“No existe peor enemigo del hombre que él mismo, porque casi todos los males y peligros que padece proceden de su propia codicia”
Guicciardini

La codicia es un vicio inherente a la naturaleza humana, derivado de la necesidad del hombre de dominar para no ser dominado.

El hombre fue en su origen poco más que un débil mamífero, en continua competencia con el resto de animales para garantizarse la supervivencia. La primera riqueza que pudo codiciar el hombre fue la propia comida, auténtica riqueza sin la cual era imposible subsistir.

Conforme avanzaba el proceso de sociabilidad pudo codiciar otras riquezas, no entendibles como tales desde nuestra óptica actual pero sí capitales para su existencia; las mejores pieles que le proporcionaran abrigo, una o varias mujeres que le permitieran reproducirse o las mejores cueva o grutas que garantizaran su seguridad.

Seguramente todo ello en continuo conflicto con sus semejantes, imponiéndose en principio la fuerza física que debió ser sustituida poco a poco por actitudes más inteligentes; de hecho en estas sociedades primitivas ya existía la ambición de poder y la avaricia por poseer más cantidad de bienes que le reportaran mayor independencia y seguridad frente al clan o la tribu.

Conforme se fueron haciendo más sofisticadas las estructuras sociales debieron ir apareciendo también nuevos vicios como la envidia, sentimiento de frustración frente a los bienes ajenos; la avaricia muy unida a la ambición, ya que el ansia de riquezas fue paralelo a la pasión por el poder o el egoísmo, como defensa de lo individual frente a las otras individualidades o al poder del colectivo.

Así hasta nuestros días, esa condición humana de querer sobresalir, disponer, manejar, poseer o dominar, que en un principio pudo estar justificada por la misma necesidad de subsistencia, fue derivando con el correr de los tiempos en vicios y corruptelas cuyas consecuencias han sido funestas para el género humano, tanto en lo que conocemos por los hechos históricos como lo que podemos observar en nuestro mundo actual echando un simple vistazo a la triste, por injusta, realidad que nos rodea.

¡ Cuántas guerras, desastres y miserias fueron producidas por los grandes imperios!. Desde los orígenes de nuestra civilización, egipcios, israelitas, cananeos, filisteos, asirios, persas, griegos o romanos codiciaron las riquezas y el poder que ostentaban los demás y convirtieron sus sociedades en meros instrumentos que garantizasen la autoridad del emperador o del tirano.

La codicia por lo ajeno y no otras razones más altruistas desataron las guerras de religión entre el mundo cristiano y el Islam e incluso entre las diferentes facciones internas de cada uno de ellos y en ello estamos, porque conocimos el principio pero no podemos pronosticar el final.

La codicia, la avaricia, la ambición y el egoísmo son igualmente la causa de las profundas diferencias entre el mundo desarrollado y el tercer mundo. Solo desde una posición cicatera o mezquina puede justificarse la diferencia entre estos dos mundos. Al final de todos los grandes movimientos económicos mundiales, siempre son los mismos los beneficiados y también los mismos los desahuciados. Frente a aquellas pertenencias individuales perfectamente defendibles están aquellas otras de carácter general, patrimonio de la humanidad y por tanto extensibles a todas las comunidades, tales como la educación, la ciencia, los medios de producción, la tecnología y un largo etc.

De nosotros depende que el reparto de estas riquezas no materiales pero sí valiosas y necesarias, llegue con la mayor equidad posible a cuántos lo necesiten porque de no hacerlo así, la frase de Guicciardini seguirá teniendo validez a través de los tiempos.

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En el refranero español son numerosas las ocasiones en las que se hace referencia a la codicia. Veamos algunas de ellas:

“Codicia mala, en mancilla para”, nos advierte de las graves consecuencias de una exagerada codicia que acaba en infamia o afrenta.

“La codicia rompe al saco”, a veces podemos dejar de conseguir una ganancia o provecho moderado por querer ganar lo imposible.

“Por codicia del florín, no te cases con ruin”, nos aconseja que no valoremos solo el interés a la hora de tomar decisiones importantes como comprometerse con algo o casarse.

“Quién por codicia vino a ser rico, corre más peligro”, nos da a entender lo poco que puede durar aquello que se ha ganado mal.

“Juntaronse el codicioso y el tramposo”, hace referencia a esos dos tipos de personas que en sus tratos o cuentas intentan engañarse unos a otros.

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La codicia, pecado capital de la clase política

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