El reparto, colonización y explotación del continente africano por las potencias europeas que comenzó a finales del siglo XIX, así como la importancia estratégica del Canal de Suez, la explotación de los campos petrolíferos y los intereses de las grandes potencias durante los años de la guerra fría y posteriores, han hecho de África un polvorín, motivado en la parte subsahariana por el hambre y la miseria de la población y en el resto por la eterna lucha entre las dos familias del Islam, chiitas y sunitas, las desigualdades sociales y la injerencia de las potencias occidentales en los recientes Estados del Norte africano y Medio Oriente.

Europa contribuyó a la creación de esos Estados en un proceso de descolonización recién terminada la segunda gran guerra y la occidentalización de la  forma de vida en algunos de  ellos, Irán (Persia), Egipto y los países del Magreb contribuyó durante unos cuantos años al desarrollo y evolución de una sociedad abierta, culturalmente y socialmente, donde las universidades integraron a ambos sexos y propiciaron el intercambio con sus gemelas de las viejas metrópolis. Se establecieron regímenes laicos que al amparo de una u otra gran potencia mantuvieron alejada la influencia del subyacente fundamentalismo islámico.

Fueron también los años de las primeras  grandes migraciones hacia los países europeos, turcos a Alemania,  magrebíes a Francia  y  del antiguo imperio británico al Reino Unido. A finales del siglo XX, la descomposición de los regímenes laicos delNorte de África y  del Medio Oriente, auspiciados en su origen por las grandes potencias y liquidados posteriormente por ellas mismas, trajo consigo un crecimiento espectacular del fundamentalismo islámico con origen y patrocinio en las monarquías feudales de la Península Arábiga, que por un lado se muestran como aliadas de Occidente y por otro ayudan a minar los cimientos de la cultura occidental;  también  por los Estados en los que las luchas tribales o la desigualdad social , Afganistán e Irán, desencadenaron una revolución fundamentalista donde Occidente es considerado similar a Satán y el objetivo a destruir.

El siglo XXI se ha despertado con una nueva guerra, en la que una indolente vieja Europa no parece capaz de salir de su apatía y defender su cultura, sus leyes y su forma de vida y sucumbe perezosa ante la avalancha de una invasión de aspecto pacífico, amparada en la necesidad de huir de la pobreza en unos casos y de la muerte en otros. Pero en esa invasión pseudopacífica se ha colado un importante componente hostil a nuestra cultura que ha encontrado caldo de cultivo en sus parientes ya instalados, algunos ya en su tercera generación, nacionalizados europeos pero no integrados en la vida y costumbres occidentales.

Francia fue el principio y en su incapacidad integradora ha llegado al extremo de que en algunos barrios o ghettos se gobierna a golpe de Sarhia sin que la policía se atreva siquiera a hacer acto de presencia. Bélgica, Holanda o Dinamarca están invadidas aprovechando la laxitud de sus leyes y  la descoordinación policial.  En el Reino Unido coexisten elementos de todos los puntos de su antiguo imperio muchos de ellos inadaptados y carne de cañón para el adoctrinamiento fundamentalista. España no se libra de la invasión y aunque en menor cantidad, la Comunidad de Cataluña es también un polvorín gracias a las políticas de los gobiernos separatistas que han atraído preferentemente  a emigrantes del norte de África, que no hablan español y  obligados por tanto a entenderse en catalán, a los que a través de cientos de mezquitas y promesas de un paraíso terrenal en la nueva república islámica catalana se pretende integrar como ciudadanos de segunda, con el riesgo que esto conlleva a la vista del experimento francés.

El autodenominado estado islámico ha declarado la guerra a Occidente pero Occidente no ha entrado a comprenderlo ni a valorarlo. Cada atentado afecta al cuerpo europeo como una picadura de avispa en el cuerpo humano, no más. Una semana mediática en torno al suceso, grandes declaraciones políticas, numerosos actos de solidaridad y san se acabó. Mientras tanto, el enemigo aprovecha nuestra debilidad y se cuela por las rendijas de nuestras maltrechas defensas, ocupa los rincones y en ellos atrae a descontentos, débiles o vengativos y los adoctrina. Lo grave es que ya han salido también de los rincones y ahora lo hacen a cara descubierta en las mezquitas, centros culturales y academias coránicas sin que seamos capaces de controlar, prohibir y expulsar a quienes forman parte de la avanzadilla.

A veces nos consolamos cuando nos dicen que la Policía española está entre las más cualificadas en este asunto, la que más controles tiene instalados y la que más detenciones efectúa. Salvo por la alegría de contar con unas Fuerzas de Seguridad tan competentes, de nada nos sirve si la vieja Europa no es consciente de que está en guerra y que esta no es una guerra de ejércitos ni de frentes. Esta guerra no la ganan los tanques ni los cañones sino los servicios de inteligencia, amparados en las nuevas tecnologías y en una legislación que permita medidas drásticas y ejemplarizantes. Aquí el yihadismo tiene en la extrema izquierda su quinta columna, pero de eso ya trataré en otra ocasión.

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La guerra que nos viene

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