Según los datos de un reciente estudio, galardonado con el Premio Nacional de Sociología, cuatro millones de españoles se sienten solos. Quizá en previsión de ello, Juan Ramón Jiménez despojó de silencio a la soledad y le atribuyó, como en el verso de San Juan de la Cruz, una suerte de sonoridad, un silencioso murmullo, quien sabe si para que, al menos, estemos acompañados de algo.

Otro dato a  tener en cuenta enlaza directamente con lo anterior. En España, el INE registró el año pasado 4,4 millones de hogares unipersonales. El desamparo cunde en las personas y su causa es variable y voluble: desde el desempleo y la pérdida de estatus social, que conllevan al aislamiento, a su propio némesis, esto es, la adicción al trabajo o “workaholic”, o la distancia con los amigos, entre otros factores.

No se trata, por tanto, de una soledad minoritaria o rara avis, puesto que se estima que el veinte por ciento de los españoles vivimos solos. Más de la mitad asegura que lo hace voluntariamente, lo cual no le exime del vacío sentimiento y de subsistir en lo yermo de su cada vez más enorme hogar.

La gente va sola al cine, viaja sola y hasta se cocina exquisitas delicatessen para cenar consigo mismo. Tal actitud se considera, incluso, un lujo, ante la alternativa de tener que aguantar, en ocasiones, las plúmbeas letanías del grupo. Como rapeaba De la Soul, “Me, Myself and I”. Pudiera parecer triste, pero en ocasiones constituye una auténtica opción de vida sedentaria y quizá egoísta, la llevanza de tan, aparentemente, vida anodina.

La soledad –loneliness– no solo es sonora sino que también es errante y pesa, cual cruz a la espalda. Nos conduce al ostracismo y se hace patente cuando uno se dedica a envolverse en absurdas rutinas, monotonías y manías, con el objetivo de erradicar ese “horror vacui”, llenando espacios o tiempos.

Vaya por delante que, en mi modesta opinión, no es lo mismo estar solo que sentirse solo, cosa bien distinta. En ocasiones, existe una muy delgada línea que separa el sentirse solo o acompañado, puesto que esto último no implica necesariamente que desaparezca nuestro desasosiego.

Y es que el estudio referido pone su acento en algo que, convendrán conmigo, resulta un contrasentido: quienes conviven en familia tienen incluso tasas de sentimiento de soledad más elevadas que aquellos que viven solos por opción personal. Curioso dato, cuanto menos.

El sujeto solitario entra en bucle y no ve puerta alguna por la que salir a la superficie y socializarse, corriendo el riesgo de que su abatimiento alcance incluso a su nivel cultural, profesional e intelectual. De la soledad al estrés o a la depresión, un paso, con lo cual el tema no es baladí.

Otra paradoja la encontramos al socaire de las nuevas tecnologías y, por ende, de los nuevos hábitos, lo que nos conducirá, según la hiperbólica Vanity Fair, al apocalipsis de los antiguos encuentros y relaciones. No en vano, los españoles, a falta de una estadística mejor, resulta que somos líderes europeos en el uso de smartphones. Parapetarse detrás de un portátil o del móvil, imaginando universos oníricos, no nos garantiza erradicar de plano tamaño sentimiento de angustia y desazón, puesto que una vez que uno se estresa de tanta hiperconectividad y de tanto contacto frívolo y desenfreno, sin duda vuelve al redil.

No considero tan negativo el asunto estadístico, sinceramente. No conviene olvidar que cierta soledad es fuente de beneficios, facilita la empatía y que del aislamiento, por ejemplo, nació el primer ordenador Apple, de lo que se desprende que también tiene efectos positivos. Fomenta la creatividad, la innovación y el talento. Cierta introversión, o intento de auditoría interior, tampoco es nada desdeñable, de vez en cuando, puesto que cuanto menos solo estás, más te cuesta estarlo. Para Javier Urra, se trata, básicamente, de recuperar el gusto por el silencio y el dominio del tiempo.

Y es que como dijo Bécquer, “la soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo”, si bien yo le contestaría al bueno de Don Gustavo, romántico empedernido, que no hay peor soledad que aquella que se experimenta a pesar de estar con gente o soportando a algún cretino.

«LAS CUATRO ESQUINAS»: LONELINESS

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