Cuando estuve por el Peloponeso, Golfo de Corinto, en Grecia, capté lo que dijo allí el mucho mejor escritor, Cervantes, a propósito de la Batalla de Lepanto (la zona se llamaba antes así), que tuvo lugar el 07-10-1571, contra los turcos otomanos, de la que fue cronista, actor y paciente por su minusvalía física, sobrevenida en la batalla: “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”, introduciéndola en el Quijote en la narración del cautivo. A todo esto había tenido lugar una Rebelión en Las Alpujarras (1568-1571),  por parte de la población morisca del Reino de Granada, contra la Pragmática Sanción de 1567, que limitaba sus libertades culturales y matando a muchos sacerdotes. Fueron deportados y hechos esclavos, bajo el mando de D. Juan de Austria, que para todo tenía tiempo, hasta para haber sido Rey de Albania y Túnez, que le ofrecieron, pero su hermanico Felipe II no le dejó, pues tenía otros planes para él.

Los turcos habían  conquistado  los territorios del imperio bizantino, llegando hasta Viena. Los protestantes los consideraban sus aliados (¡vaya ojo!, la misma ceguera que años después tuvo  Chamberlain en Londres para no molestar a Hitler y le dejó hacer, armando la que armó) para vencer a los católicos; cristianos contra cristianos. No nos extrañemos que ahora se maten musulmanes chiitas y sunitas. Francia (otro que tal, entonces) les concedió la base de Tolón.  España, que había sofocado temporalmente dos años antes la rebelión de los Países Bajos, obtuvo préstamos de los banqueros genoveses, logrando, además,  gracias papales económicas. Se alió con el Papa San Pio V, (supongo que levantó la excomunión de Felipe II, ahora que eran aliados) y la República de Venecia (los turcos les habían quitado Chipre, posesión suya). Al conjunto se la llamó Liga Santa (ni 1,2,3; ni Santander, porque no existían). El Papa recaudó dinero en 300.000 iglesias y 150.000 conventos. Francia y Austria, se quedaron al margen por no enfadar a los turcos (¡otros!)…LaLiga se unió, no  para una batalla, ¡para siempre!, y debería emplearse en atacar Turquía y sus plazas corsarias del Norte de África. Debía estar preparada cada abril, pues era la temporada de combates navales; inicio de la competición bélica, vamos.

Pero llegó el día D, el de la Gran Final. Reunida la flota de LaLiga en Mesina, se decidió ir al encuentro de la armada turca del sultán Alí Bajá (de él se decía, que su juventud era tan grande como su ego), superior en número, casi 300 barcos (solamente quedaron 60) contra 240 aprox. de LaLiga, pero con menos hombres, 83.000 frente a los 90.000 y menos cañones. Se  encontraron en el Golfo de Lepanto. Las tropas cristianas oyeron misa (era domingo, mal día para hacer la guerra, como diría el genial Gila) en sus respectivos barcos.

Juan de Austria, en La Real, la nave capitana, libera a los prisioneros condenados a galeras y les da armas. Arenga para pelear por Dios, en cuyo nombre, “muertos o victoriosos, gozaréis de la inmortalidad”, les dijo. Silencio y concentración en los cristianos. La nave capitana turca, La Sultana, con la bandera verde del Profeta que garantiza la victoria, con música de címbalos, trompetas y jolgorio (¿ves?, esa herencia por la diversión sí que es de agradecer). Iba un conjunto contra el otro y, como los futbolistas de los dibujos japoneses, no llegaban nunca al enfrentamiento directo, pero  establecían estrategias. El viento roló y adquirió un rumbo opuesto, favoreciendo a los cristianos. Los turcos debían remar para moverse; esto es tomado como una señal divina, hasta el humo de los disparos le iban a ellos.

Don Juan debía estar atento al italiano Andrea Doria, más preocupado por sus naves (no sea que se las estropeasen y no sirviesen para otra vez, máxima italiana) que por atacar, dejándole desguarnecido un costado. Álvaro de Bazán le hizo la cobertura, tapando el hueco dejado por el italiano. Se lucha cuerpo a cuerpo con espada, arcabuz y arco.  El Marqués de Santa Cruz, rescata a la galera de Malta que había sido apresada. Se resecan las gargantas. La intervención de Luis de Requesens, salvó a D. Juan. Los jenízaros, guardia personal de Alí, cae ante los soldados del Tercio de Sicilia, así como su jefe de un arcabuzazo. A LaLiga le costó 8.000 vidas (2.000 de ellos españoles) y 30.000 a los turcos.

La victoria fue de LaLiga, comandada sagazmente por Don Juan de Austria, hijo ilegítimo de Carlos I y Bárbara Blomberg, dama alemana (¿qué tendrán las damas alemanas?), y hermanico, por tanto, del Jefe Felipe II.  Este bastardo, D Juan de Austria,  era el elegido por el Papa, como enviado por Dios que, antes de salir al combate, oró ante la Moreneta, con salvas y vítores en Barcelona de las personas que habían ido a saludarle y despedirle.

Otra hazaña de España que conviene recordar como contribución a la libertad democrática de Europa. Si hubiésemos perdido, ¿se imagina el lector una portada del Interviú con una persona en burka o chilaba? O anuncios de El Corte Inglés diciendo: “Ya es primavera, con los últimos modelos en Hijab, Abaya, Jilbab, Justka, Thawb, Niqab…Y en el verano, para la playa, no olvide nuestras últimas novedades  en  burkini”.  ¿Alguién se imagina a Mireia Belmonte ganar medallas y establecer records del mundo con un burkini o jugar con hijab al vóley playa o waterpolo, o saltar vallas en atletismo? Pues de eso nos libró Jeromín.

 

 

Lepanto

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