No me gusta nada el fútbol, pero sí que gane el Real Madrid. No tiene ninguna lógica esto que digo. Aun así, muchas personas podrán entender, e incluso compartir, este tipo de afirmación. El fútbol, y el deporte en general, es ámbito de pasiones desmedidas e irracionales, un lujo que le damos al intelecto.

A estas alturas ya se habrán enterado de que el otro día el Real Madrid venció al Atlético de Madrid y ganó la Champions. Todos vimos las fotos de los aficionados atléticos llorando y de los madridistas saltando de alegría. Luego vino la fiesta multitudinaria en la Cibeles. Hasta aquí todo normal.

En la calle todavía pasan cosas normales. Lo raro siempre acontece después en las redes sociales, las que te hacen pensar que eres inteligente o que tienes amigos. Allí hay grupos cínicos y corrosivos, que intentan, infructuosamente por mi parte, crisparnos a todos. Les tengo, cuando menos, una profunda antipatía.

Poco después de la final de la Champions comenzaron a circular mensajes en los que se cuestionaba a todos los que se habían congregado alrededor de la Cibeles y no lo habían hecho para pedir derechos sociales, o a los que lloraban la derrota del Atlético, pero no cuando ven a otros seres humanos buscar comida en la basura. ¡Uf!

¿Deberíamos pasarnos la vida llorando porque cada treinta segundos muere un niño por malaria? ¿O porque le han diagnosticado un cáncer a nuestra vecina? ¿No podemos emocionarnos con una película, con un cuadro, con un libro? ¿O eso sí vale porque es una actividad intelectual? ¿O tampoco? ¿Quién decide lo que vale y lo que no? ¿Deberíamos comer tan sólo arroz, vivir con lo mínimo y donar el resto de nuestro salario a una ONG? ¿No podemos irnos a cenar con los amigos mientras la hambruna no se haya erradicado del planeta? ¿Cuál es el límite? Quien manda este tipo de mensajes, ¿qué pretende? Quizá que la gente tenga que abrir las botellas de champán con sordina en su casa, o que llore en silencio como si en lugar de sentir la derrota de su equipo sufrieran una almorrana vergonzante. Esa sería una sociedad muy enferma. Quien manda este tipo de mensajes, ¿está permanentemente tuiteando y  llorando en la Puerta del Sol por la tasa de paro o por la temporalidad de los contratos? ¿Por los desahucios? ¿No se permite ningún lujo? ¿Qué es un lujo? Para mí puede ser unas zapatillas caras y para otro unas entradas para el teatro.  Todo es relativo. Tiene mayor o menor tamaño dependiendo de con que lo compares.

Hay que preguntarse quienes son los que nos quieren en un estado de indignación permanente. La indignación es un sentimiento muy maleable. Estos son dos ejemplos de los últimos días, el bombardeo es constante. Si te pusiste aquello de que eras Charlie estás irremediablemente perdido, tendrás que ser todo lo que se le ponga en la picota a estos grupos opacos que han de dar el visto bueno a tus sentimientos. Si pusiste la bandera de Francia en la foto de tu perfil, después pondrías la del Líbano, ¿no? Si te indignaste por el atentado de Bruselas, espero que también lo hicieras por el de Paquistán. La solidaridad la distribuyen y validan ellos. Usted nunca se habrá preguntado seguramente si le parecen bien las playas para perros, pero un día uno de sus amigos colgará algo referente a esto y usted  hará como que no lo ha leído. No es para menos, nunca sabe uno en qué jardín se va a meter. Comienzas dando tu opinión y terminas de ninot en las fallas de Valencia.

A veces abro el Facebook y creo que he vuelto al cole, ese sitio donde todo el mundo te considera menor de edad. Frases de autoayuda y sarcásticas incitan al beso o al bofetón.  Entras en la aplicación y tienes que decidir si apoyas los toros, a los refugiados, a Venezuela, a las esteladas, a la bandera de España, a los okupas, a la monarquía, a los autónomos, etc… Cuando digo esto no es porque todas esas cosas no me importen, ni porque no tenga una opinión muy definida sobre ellas, sino porque me niego a que me manipulen con frases vacías de contenido, cuando no con claras mentiras que no resisten la más ligera indagación.

Deberíamos tratarnos con menos dureza, con más cariño, como si pudiéramos disfrutar de algo más que del odioso zasca. Una sociedad madura debe tener en sus cimientos unas buenas dosis de libertad y respeto.

Hablando de todo un poco, les diré que me levanté el otro día sintiéndome campeona de Europa y hoy, mosquetera de Roland Garros.  Poco tiene que ver esto con la solidaridad pero me luce igual.

 

Los sentimientos amordazados

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