Monarquía parlamentaria frente a la visigoda y la selvática

Con la muerte del Rey Fernando VII, el peor monarca español según los historiadores y la regencia de la Reina María Cristina  de Borbón y del General Espartero se puede considerar llegado el principio del  fin del antiguo régimen, dando paso progresivamente al nuevo modelo de monarquía parlamentaria, en la que el Rey aún controlaba el poder ejecutivo y tomaba parte en el legislativo. La llegada de la segunda República, la guerra civil y la posterior dictadura, acabaron definitivamente con el antiguo régimen, dando paso a una nueva forma de Monarquía Parlamentaria o Constitucional, instaurada por el General Franco en la figura del Rey Juan Carlos I y a  la que según algunos historiadores le falta el calificativo de “democrática” porque se asienta en un sistema democrático de representación popular a través de los Partidos Políticos.

Son muchos los que coinciden en que en la historia moderna de España ha habido cuatro grandes reyes, Carlos I y Felipe II, de la Casa de Austria y Carlos III y Juan Carlos I de la dinastía borbónica. La Monarquía Parlamentaria o Institucional que inauguró el Rey Juan Carlos I a raíz de la Constitución de 1978 con la renuncia y sacrificio de casi todos (los vascos no votaron la Constitución a pesar de habérseles regalado el derecho a intentar la anexión de Navarra. Sí lo hicieron los catalanes pero resultaron ser después muy olvidadizos) trajo a España cuatro décadas de paz, de convivencia y de desarrollo que no se habían conocido en siglos anteriores y ha sido precisamente el Rey Juan Carlos I el motor principal de esta maquinaria que, conducida desigualmente por los diferentes Gobiernos, ha aumentado o disminuido velocidad pero nunca llegó a pararse.

Sometido a la férrea disciplina educativa del dictador desde su niñez y llevado de la mano en su periodo de heredero de la corona, no sin sobresaltos sobrevenidos por la política matrimonial y ambiciosa de la señora de Meirás, tuvo muy  claro cual era su destino como Rey de todos los españoles y ayudado por su mejor aliado Adolfo Suarez, consiguió integrar en torno al nuevo régimen a todos los que de una forma u otra deseaban pasar página y convivir democráticamente y en paz. Juan Carlos I lo tuvo muy claro; paró la asonada de Tejero con algunos militares más; fue el mejor embajador de España en todo el mundo; su prestigio alcanzó los cuatro puntos cardinales del globo y su aportación al desarrollo e internacionalización de las empresas españolas fue valiosísimo. Sí es cierto que su vida personal, mal llamada privada en el caso del Rey de España, ha tenido sus luces y sus sombras pero en una sociedad que según de quién se trate esconde el ala bajo el pretexto de la presunción de inocencia. En el caso del Rey Emérito parece que no solo en el Gobierno de trileros que nos desgobierna, sino hasta en su propia casa lo han puesto en entredicho.

Entre éstas luces y sombras y sus problemas de salud se vio obligado a abdicar y con ello enlazo con la actualidad y el reinado de Felipe VI, un Rey que es el mejor preparado intelectualmente de toda la monarquía española y además con un bagaje profesional y extraordinaria experiencia en sus años de Príncipe de Asturias, suerte que su padre no tuvo. Su exquisitez en el cumplimiento de su labor, el celo por mantener las virtudes inherentes al día a día de un Rey Constitucional le ha llevado posiblemente a aceptar presiones y tomar decisiones equivocadas respecto al Rey Emérito, según mi punto de vista, echando en olvido esa presunción de inocencia que los enemigos del régimen y de España tanto reclaman para ellos y que de esta forma parece como si se les estuviera dando la razón.

La Monarquía Parlamentaria, Constitucional y Democrática goza de buena salud pese a lo que quieran los “moñocoletas” y hoy así lo afirma la encuesta realizada por Gad-3 y publicada en ABC, en la que se recoge que un 56,3% de los españoles, incluido un 53% de los votantes socialistas prefieren la Monarquía actual a la República. Tan solo un 33,5% prefiere el cambio de régimen, entre ellos lógicamente la extrema izquierda comunista y podemita y los independentistas. Hasta Felipe González, que no es ninguna voz desautorizada, venía a decir que prefiere una Monarquía republicana (considerando así a la actual) que una “republiqueta”.

Pese a la buena salud de la Monarquía, el Rey Felipe VI cuya paciencia y saber estar no tienen límites, tiene que sortear a diario los palos en la rueda del Vicepresidente “moñocoleta” y los aún peores y más disimulados, los del Presidente de la mentira, el engaño y los cuarenta mil muertos (por ahora).

Sánchez no cree en la Monarquía Parlamentaria. Para él su mayor deseo sería convertirla en electiva como en el reino visigodo y, por supuesto, ser elegido y ungido como tal, sin reparar en que al menos diez de los reyes visigodos electos murieron asesinados por su propio  entorno y a él en el suyo no le faltan enemigos. Pero él sueña y actúa y gesticula como tal. Se coloca junto al Rey en los besamanos saltándose el protocolo, controla los movimientos y actividades de Zarzuela en un puro ataque de celos. Se va de vacaciones a una residencia real, hecha por un Rey y regalada a otro que a su vez la puso al servicio de todos los españoles. Seguramente allí no cambió el colchón como hiciera con el de Rajoy, porque para  él no cabría mayor satisfacción que la de dormir donde lo hizo el Rey Juan Carlos, aunque en sueños se le apareciera  éste y le dijera: “paleto, que esta residencia es de Reyes para Reyes, no es una clínica de belleza ni un centro de tratamiento de celulitis”

Pero Sánchez tiene un problema y gordo y es que, aunque ha hecho en el Partido al igual que su Vicepresidente “moñocoleta” una limpieza total, al estilo de Chindasvinto, el superviviente noble godo Emiliano García-Page no le va a convocar un nuevo Concilio en Toledo, del que salga coronado y ungido. En Zarzuela lo sufren pero lo aguantan y  no hay cosa que Sánchez lleve peor que el aguante de Felipe VI, al que imagino viendo a este “chulapo de Tetuán” diciéndose para sus adentros: “Señor que cruz”.

Hay otro tipo de monarquía en ciernes a la que me refiero en el título, la selvática, que es la que quiere traer el “rey león moñocoleta”. Un rey león físicamente diminuto, como de juguete, que apenas serviría de almuerzo a un león de verdad, pero es un rey león que ha sabido escoger su sabana, donde habitan leoncillos del tipo marlaskino, que babosean y como mucho cuando se enfadan arañan. En este espacio ha creado su reino desprendiéndose de todos los leones que pudieran hacerle sombra, de manera que una vez suelta su melena, las leonas acuden en celo a gozar del macho alfa sin percatarse de que éste es un rey león feminista por fuera y absolutamente machista por dentro y para él las leonas son como de usar y tirar (que no se fie la última a pesar de la prole).

Pues éste es el aspirante a rey que pretende convertir España en una extensa sabana donde pasten tranquilamente saltarinas gacelas que de cuando en cuando se dejen engullir y extensas manadas de ñus que se muevan su antojo de un lado para otro. Así las cosas, hay que reconocer que en España de monarquías estamos servidos. Un modelo en vigor con un Rey Emérito y otro reinante;  otro que llevó a la descomposición del antiguo Reino visigodo y cuyo aspirante a falta de otras posibilidades se dedica a emular al actual cuando no a entorpecer su misión y un tercero,  basado en el empeño de convertir España en un pastizal en el que desde Galapagar pueda disponer de vidas y haciendas de todos nosotros.

Menos mal que los españoles todavía sabemos lo que queremos y nos interesa. Salvo el 33,5% que aún creen en milongas, entre ellos un 13% irrecuperable de nacionalistas, la mayoría no quiere experimentos de coronas electivas ni reyes de la selva. La mayoría de los españoles, viendo lo que se nos echa encima con el desgobierno de los “monarquicidas” Sánchez e Iglesias  y la que se avecina con los nuevos brotes de la pandemia, es posible que estemos repitiendo aquellas palabras de Cristo: “Señor, pasa de mí este cáliz …

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