Hasta la tradicional, pero cansina, pegada de carteles, ya no tiene ni la gracia ni el sentido estricto que los partidos políticos han dado siempre a éste acto. Pero, se ha mantenido la ceremoniosa actitud de reunir a candidatos y simpatizantes alrededor de un cartel, con o sin foto, para inmortalizar la imagen de familia y mostrar el lema a defender hasta el 26J.
Una campaña electoral, que aunque repetida en breve periodo de tiempo, es, creo, algo serio. No sólo por la campaña en sí, que ya sabemos las aventuras y desventuras que se cuentan, películas en blanco y negro, sobre todo de los demás, que quieren que nos traguemos en sesión continua, sin que nadie sea capaz, por una vez, de vender su propia mercancía sin adulterar, con falso pegamento, y sin dobleces. Nada que no sea poner el ventilador para airear la supuesta cacuchi de los otros, pero con poco valor para sacudir las pelusas de sus propias y sucias alfombras, si las hubiere.
Se ha dado el pistoletazo de salida hacia una meta que no todos tienen clara. La gran mayoría toma en serio la competición, con toda la responsabilidad que ello implica. Otros, ven en ésta movida democrática, una oportunidad para practicar el movimiento sexy de una ambición “política” de moda.
Esta carrera de fondo que nos va a llevar, otra vez, a las urnas, nos mostrará la cara amable, la sonrisa, el besuqueo, las florecitas, los globos, los folletos informativos, los debates en los medios y los sondeos que nunca sabe nadie cómo se hacen o cómo se valoran en su justa medida, porque cada cual lo interpreta a su manera, siempre interesada.
Ya sabemos que dependiendo de quien los encargue así se venderá el resultado. Como las encuestas a pié de urna, donde casi nadie descubre el sentido de su voto, por mucho que disimulen. Y menos ahora. Todo forma parte de la parafernalia electoral. De no ser así, hasta sería aburrido.
Hemos pasado del viejo esquema de “programa, programa, programa”, a mucho twitter y televisión, dirigidos a los aburridos, pero sin sustancia ni credibilidad suficiente. Eso sí, los programas impresos pasarán a engrosar el archivo histórico de cada partido.
Al margen de todo esto, hay que considerar que éste tiempo preelectoral, ha sido más fructífero para unos que para otros, sobre todo, para quienes desde sus medios favoritos y patrocinadores, incluso del resto, con y sin intención, han dado alas, y se han encontrado con una superpromoción que jamás hubieran imaginado.
Sin buscarlo les han puesto en bandeja el “tesoro” escondido. Los que intuyen que pueden ir, que van, de capa caída, intentarán una campaña sonada, pretendiendo dar credibilidad a propuestas hasta ahora poco convincentes. La imagen y la historia no lo es todo. Como la vieja zarzuela “los tiempos cambian que es una barbaridad”. Y no siempre para bien.
Aquí empieza el capítulo del juego plural, pero responsable, sin dejarse llevar sólo por simpatías electoralistas y novedosas. Ni tampoco, por la buena puesta en escena de cada uno los medios de comunicación, con más o menos afinidades a candidaturas. Para unos más que para otros, pero son las urnas las que tienen la última palabra y deben decidir. Aquí sí que entra en juego la obligación sensata de todos los ciudadanos, dejando a un lado complejos o fobias pasajeras.
Todos tenemos no sólo la oportunidad, sino la gran responsabilidad de decidir, y ser árbitros de un acontecimiento en el que España se juega tanto. Al margen de pensamientos, a los españoles no nos gustaría que en el último minuto nos marquen un gol, y de penalti. Eso sólo depende de nosotros, y de nadie más.
En esta “competición” de poderes, ambiciones personales, partidistas, o ambas, y de liderazgos fallidos o excesivamente ruidosos y comprometedores, alguien debe poner un punto de sensatez. Quizá nosotros. Los demás, algunos, están demasiado enfrascados en sus quehaceres en busca del “arca perdida” para salvarse del desastre, y otros, intentando abordarla para asegurarse llegar a un puerto fiable, y si puede ser manejando el timón. Ya no hay vuelta de hoja. Echemos un vistazo a nuestro alrededor y obremos en consecuencia.

No hay vuelta de hoja

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