Podría comenzar esta columna diciendo que, desde mi punto de vista, los transexuales están despistados en cuanto a su identidad sexual. Seguramente no haría muchos amigos con esta afirmación, pero nada me lo impide. Mis palabras no incitan a la violencia y, por lo tanto, no son constitutivas de delito. Entiendo que haya muchas personas molestas con el lema del autobús naranja de Hazte oír (entre las que me incluyo), pero la única diferencia entre lo del bus y lo mío, es el número de personas que leen nuestro mensaje.

La presencia del autobús ha conseguido que se debata de este tema en cada esquina. Creo que los niños transexuales, a poco que hayan estado atentos, han constatado que la mayoría de la sociedad está con ellos, y que tan sólo un sector, ligado a una confesión religiosa, les niega la existencia. Esto es así, con o sin bus de por medio. Es algo con lo que tienen que aprender a vivir igual que yo lidio con otras realidades que me afectan negativamente. Es tarea de los adultos que les educan, fortalecerles para que este problema que tienen hoy les ayude a crecer como personas. De todo se aprende. Por fortuna.

No podemos controlar que alguien nos agreda verbalmente. Lo que sí está en nuestra mano es la respuesta emocional que elaboramos ante esa agresión. Ofende el que puede, no el que quiere. De vez en cuando sale algún tarugo con cargo insultando a las mujeres, por ejemplo. Me gustaría que esto no ocurriera, pero no puedo evitarlo. La indignación no es una opción, me quita demasiada energía. Puedo optar por ignorarlo, o por publicitar convenientemente su estupidez congénita. Suelo elegir lo segundo. Es infinitamente más estimulante.

Por más que yo odie algunas cosas no me atrevería a prohibirlas. Algunas porque podría estar equivocada, y otras porque su erradicación sólo se puede conseguir a través de la educación y el diálogo. Cuando siento el arrebato de prohibir algo, me paro a pensar. Es muy fácil dejar que hablen los que están de acuerdo con nosotros, lo difícil es dejar hablar a aquellos cuyas ideas despreciamos. Lo que exige un esfuerzo es dialogar utilizando la argumentación y los hechos, que, en el caso de los transexuales, bien podrían ser datos científicos. Contrastar de forma racional ideas enfrentadas nos puede hacer cambiar, o no, de opinión, pero siempre nos hará adquirir conocimiento.

La función de la democracia no puede ser nunca que nos sintamos cómodos con nuestras opiniones o creencias. En democracia no existe el delito de opinión. Mientras no incite, o justifique, la violencia, claro.

Hace unos días, la televisión vasca ETB emitió un programa en el que unos cuantos ciudadanos españoles vascos insultaban a los españoles no vascos. A mí me podría molestar que haya personas que piensen que, como nací en Madrid, soy cateta, inculta, facha y progre. Lo de progre es lo que más me ha dolido, no hay adjetivo más vacío de contenido que ese. No sé de qué se me acusa. En todo caso, que prohíban este tipo de programas no soluciona nada. No podemos, ni debemos, prohibir que haya personas que tengan un pensamiento absolutamente irracional y que se refocilen en él. Es más, se agradece que, de vez en cuando, saquen la patita por debajo de la puerta. Ahora sabemos que por ahí arriba a algunos les vendrían bien unas misiones educativas.

Lo que sí es discutible es que se utilice dinero público en programas que, además de tener una pésima calidad, apoyan ideas supremacistas y generan enfrentamiento entre ciudadanos (no, no nos ha hecho gracia). Bien podrían pagarse de su bolsillo un autobús para defender sus ideas indocumentadas sobre la raza y la patria, y hacerlo circular por todo el País Vasco. Cuánto más lejos lleguen, mejor. A ver con qué cara de imbéciles cromañones defienden, puerta a puerta, sus prejuicios.

La tendencia a taparles la boca a todos los que no piensan como nosotros empieza a ser preocupante. Es muy triste ver como en los campus universitarios se multiplican los escraches a personas con opiniones controvertidas, o a grupos contrarios a la ideología dominante. No se debe permitir que esto ocurra.

Corren malos tiempos para la libertad de expresión. Aun así, y quizá por ello, hablar es infinitamente más estimulante que callar.

 

 

 

 

Opinión vs conocimiento

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