Según un reciente estudio elaborado por la Universidad Carlos III de Madrid parece ser que tan sólo existen cuatro tipos básicos de personalidades, lo que nos obliga a incardinarnos en una u otra: envidiosos, pesimistas, confiados y optimistas. El noventa por ciento de la población, observando sus comportamientos sociales o en equipo, se concluye que pertenece a una de estas cuatro categorías.

El tema, más que encuadrarse en uno u otro genotipo, radica en conocerse a uno mismo pero tampoco demasiado, o dejarás de saludarte, y averiguar realmente quienes somos.

El estudio parte del análisis de más de quinientas respuestas voluntarias emitidas para otros cientos de dilemas sociales, como el “dilema del prisionero” -no confundir con el del misionero, que es otro dilema bien distinto-, y que demuestra que dos sujetos pueden llegar a no cooperar entre sí incluso en situaciones en contra del interés de ambos, lo que pone muy en duda aquello de que los seres humanos actuamos de manera puramente racional.

Curioso el desglose de ese noventa por ciento: veinte por ciento tanto de optimistas, pesimistas como de confiados y un treinta por ciento de envidiosos, quienes para Schopenhauer suelen sentirse “desdichados y aburridos debido a su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás”. También afirmaba el filósofo alemán, que por cierto era de los pesimistas, que ponemos de manifiesto nuestro verdadero carácter en los pequeños detalles y cuando estamos desprevenidos. La envidia es el “hambre espiritual” según Unamuno, y según el abajo firmante es algo que corroe el alma.

Conozco gente que aúna varias de estas personalidades y también conozco a los que no encajan en ninguna de ellas. Esto de clasificar o etiquetar tiene sus riesgos y la generalidad se convierte, en ocasiones, en algo simplista y excluyente. Existen sujetos que poseen personalidades más complejas y gente que no se conforma con un solo tipo de identidad y ostenta varias a la vez, cualidad bastante habitual.

-Doctor, creo que tengo doble personalidad.

-No se preocupe, siéntese y hablemos los cuatro.

Si analizamos cada una de ellas, empezando con el grupo más numeroso -envidiosos-, para ellos la vida es mera pelusa, resentimiento, tirria y desazón, y generan mala bilis, por lo que si divisan a uno de ellos mejor cámbiense de acera, aunque estoy convencido de que al envidioso también le gustará más la suya. Son seres destructivos incluso para ellos mismos.

El confiado, por el contrario, es el típico buena gente, entre los que me incluyo, no tanto por lo de buena gente sino porque me creo cuanto me dicen y mi capacidad de entendimiento es muy literal. Creo y confío en la gente, nada me resulta a priori sospechoso ni me hace levantar la ceja. Resulta fácil interactuar conmigo, lógicamente.

El optimista ama el riesgo, es alocado o ciertamente temerario y pocas veces se detiene a pensar en las consecuencias de sus acciones Son geniales porque para ellos un contratiempo es una oportunidad y un desconocido, un posible amigo. Por contra, el pesimista es todo lo contrario: precavido, inactivo y usuario habitual del recurso a la excusa. Recuerden a Epi y Blas y sus debates de alcoba.

Cosa distinta son los llamados rasgos de la personalidad y que se agrupan en los llamados big five: sociabilidad, responsabilidad, apertura, amabilidad y neuroticismo. Estoy en todos ellos.

Yo añadiría alguna personalidad más que pudiera tener encaje en el diez por ciento restante del muestreo, como los ayurvédicos, los tóxicos, los cerriles, el tarugo, el pusilánime, el faltón, el necio y el maledicente, entre una gran amalgama, y cuyos rasgos todos conocemos, mientras que otros carecen de personalidad alguna y también los hay que tienen una personalidad propia.

No hallé como quien ser, en ninguno. Y me quedé así, como ninguno”.

Personalidades

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