La cruel guerra de Siria se ha convertido en una catástrofe humanitaria  que expulsa a varios miles de refugiados hacia una Europa estupefacta que supera ya su capacidad de entendimiento. Esta avalancha de los otros nos incomoda cuando, ingenuamente creíamos que nuestro parque temático de riqueza y confort estaba blindado por nuestras fronteras exteriores

Estamos viviendo de manera más intensiva, grandes corrientes migratorias desde mediados de la primavera. Estas corrientes provienen de básicamente: Siria, Irak, Afganistán, Africa Subsahariana, Libia Túnez. La situación en Oriente Próximo y Medio lleva deteriorándose desde la invasión de Irak. En la actualidad se estima en más de 8 millones los refugiados de la zona. Solo la crisis siria ha provocado 4 millones desde los más de 5 millones que han huido del país, mientras que Líbano ha acogido a 1,2 millones de refugiados, a pesar de contar con una población de 4,3 millones. El fin de la capacidad de absorción de los países de la zona está produciendo un efecto empuje hacia Europa.

Huyen de la guerra y la violencia. Con terribles dramas personales a sus espaldas. No son emigrantes, son refugiados. En consecuencia no solo se trata de una cuestión ética y moral. Se trata de hacer frente a las obligaciones que hemos contraído como comunidad internacional. Desde la Declaración de Derechos Humanos hasta la Convención de Ginebra. Obligaciones que muchos Estados Miembros de la UE están incumpliendo sistemáticamente, entre otros: Hungría y Dinamarca. Urge moverse y dejar de conmoverse. Se necesita abrir un corredor humanitario que permita la llegada de refugiados en condiciones dignas, seguras y legales haciendo frente a nuestras obligaciones internacionales. Y un reparto equitativo y solidario por parte de los Estados Miembros y un programa de asilo equiparable en el conjunto de la Unión

La acogida de refugiados, voluntaria u obligada, es una necesidad humanitaria, un deber moral, una huella de lo que queda de civilización en un mundo donde proliferan la xenofobia, el racismo, el odio. La opinión pública europea está dividida a la hora de hacer frente a la tragedia de los refugiados. Hay dos sentimientos contradictorios. Por un lado, se quiere expresar solidaridad y por otro se teme aceptar un grado elevado de inmigrantes económicos. Esta división demuestra, la debilidad identitaria de Europa: no hay un cuerpo de valores europeos plena y mayoritariamente compartidos. Intereses económicos, sí, pero valores de pertenencias que puedan generar reacciones éticas comunes, muy pocos. Es la cruda realidad.

 

Por los Derechos Humanos

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