-¡Una mané!

-¡Otra mané!

Este diálogo tan entretenido lo tuvimos repetidas veces, gesticulando con las manos, flexionando las rodillas y haciendo bambolear al cayuco, con el que  navegábamos hasta la Isla de la Juventud, regentada por una cooperativa de jóvenes. En la amura de babor, iban unas alegres vascas. En la aleta de estribor, lo hacíamos unos intrépidos aventureros manchegos. En el centro una profesora y un matrimonio: el marido, un alto cargo del Ministerio para la Cooperación con África, iba vestido con un pack de la Señorita Pepis, seguramente elegido por el Subsecretario del ministerio, con ánimo de ascender en el escalafón. La señora más bien parecía Dora la Exploradora. El conjunto lo cerraba Juanito, el guía mandinga, que nos llamó la atención, pues el cayuco se bamboleaba tanto, que no se distinguía la línea separadora entre la carena y la parte muerta del mismo.

Cesamos en nuestro juego y las vascas le dijeron a Juanito que le iban a enseñar matemáticas, sobre todo el significado de dos números, el Pi y el 69. El pobre Juanito no tenía puestos todos los sentidos en la enseñanza, pues unos inocentes peces andaban a sotavento, lo que favorecía que les llegasen los efluvios olfativos  y así nos lo hizo saber: “¡Vamos prisa bajar barco (la pequeña isla no tenía puertecillo y nos teníamos que meter en el agua hasta la cintura al bajar del barco, para llegar a ella) pues hay  delfines  cerca!”  Saltó el listillo de turno, yo, y le dije: “Juanito, las aletas dorsales de los delfines tienen inserción lateral y estos la tienen vertical, ¿no serán ti…?”, “¡calla, hombre!”, me cortó Juanito. Así lo hice. Nos tiramos al agua, Juanito cogió en brazos a la profesora (por un momento pensaba que la iba a utilizar como señuelo para los pececillos. Como afloran los instintos y se baja en la supuesta escala de la evolución, cuando hay peligro en la propia supervivencia) y corrió como pudo hacia la orilla, los demás lo seguimos con toda la celeridad que pudimos. Al saltar todos al agua, se pusieron en marcha las ampollas de Lorenzini de los escualos y se revolucionaron todavía más. Todos llegamos a tierra y nos pusimos a salvo. La profesora fue la primera que alcanzó la orilla, depositada rauda en tierra firme por el guía.

Primer safari interruptus, esta vez de los tiburones con nosotros.

Fuimos recibidos en la isla, que no tenía luz eléctrica de ningún tipo y nos alojaron en las habitaciones. El alto cargo, sensible a esta falta de energía, preguntó por el aire acondicionado. Un cooperativista, sin malicia, abrió una segunda puerta de la habitación con lo que corrió más el aire… Claro, dijimos con sorna la conexión vasco-manchega, más aire a condición de más corriente… de aire. Peor gesto puso cuando nos enseñaron el “baño” comunitario y eso que unas pulgas alborozadas nos saludaron entre el lecho vegetal. En un rincón había una jofaina y una pequeña y limpia cochiquera, coronada por una regadera articulada que hacía de ducha.

El sector manchego íbamos a ocupar nuestra habitación y Juanito nos ordenó: “No tardar mucho en colocar y  hacer el 69. Espera el arroz con pollo”. La sorprendente orden hubo que acatarla con la obediencia de un misionero no numerario, en decúbito prono.  El conjunto para dormir sorprendía. Lo más espectacular era  un dosel-mosquitera, no sé si era para proteger a los múltiples insectos que había dentro, no dejando entrar a más. Dentro había una tarima de obra  y un pequeño jergón. Se adivinaba una almohada. Entre ambos había toda una colección de insectos sorprendentes en ebullición, pululando como en un desfile fashion. Dispuestos a obedecer a Juanito, nos preguntamos como el chiste de los vascos, si estábamos a setas o a Rolex, cuando vimos toda esa riqueza de insectos en el tálamo y que otros descendían como kamikazes, para degustar esos cuerpecicos tan blancos que habían entrado en su hábitat. Parecían aviones nipones atacando en Pearl Harbor. Me acordé de la fábula de Las Moscas de Samaniego. La otra persona cambió el decúbito supino al prono, sumándose  a la contemplación de esa riqueza de insectos. Nos dio por los Rolex, teniendo en cuenta que hay 375.000 especies de insectos, 66  veces más que de mamíferos: “Mira, una Epicanta nigromarginata, que cabeza roja tiene en cuerpo azul”. “Otro coleóptero, el Mixadermus senegalensis”. “Y los Mantodeos de Senegal, el Iris Senegalensis, como se camufla”. “Pensaba que  nunca vería la Sphodromantis conspicua”. “Y también hay neópteros, lepidópteros, himenópteros, dípteros…”

¡Plás, plás, plás!, “¡terminar ya 69 que  estar esperando!” Juanito golpeó la puerta vociferando.

Así interrumpió el idilio con el safari de insectos y salimos a por el exquisito arroz con pollo, con un solo trozo de pollo.

El segundo safari interruptus en pocos minutos, éste de insectos.

 

P.S. Tiempo después he sabido que la AECID, Agencia Española para la Cooperación Internacional y Desarrollo, tiene suscrito un acuerdo de cooperación con Senegal, región de Casamance, antiguamente con deseos separatistas, y alguna de sus ciudades, como Ziguinchor. Aportamos 50 millones de euros al año, para desarrollo rural, de formación integral, cultural y profesional. Así mismo gestiona los fondos de la Unión Europea para la estabilidad y la migración en África. Atiende con acierto las causas profundas de pobreza, al ser Senegal miembro de la CEDEAO, Comunidad Económica de Estados de África Occidental. La isla ha mejorado mucho y la cultura cooperativa también. Este es la forma de evitar migración, ¿no? y devolver a África lo mucho que les hemos depredado.

SAFARIS INTERRUPTUS – Aromas de África

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