Corría el año 1.984 y el que esto firma cursaba quinto curso de EGB en el Colegio Salesiano de Albacete, toda una institución de la que celebro haber formado parte. Contaba por aquel entonces once años pero recuerdo muchas instantáneas de mi paso por aquellas aulas, al igual que otras más recientes no las conservo o las diviso ya borrosas. Cosas de la edad, o de la memoria selectiva. Del legendario 5º B formábamos parte cuarenta pequeños salvajes y otros tantos pupitres. De estos cuarenta yo era el número 24, por mi apellido. Recuerdo uno a uno a todos mis compañeros y al profesorado, es una visión nítida y prístina de aquella etapa de mi vida, hoy reavivada gracias a la iniciativa de unos cuantos de ellos que, gracias a las redes sociales, han conseguido reunirnos en torno a veinticinco, y seguimos subiendo. La idea es juntarnos en septiembre a compartir mantel y vivencias, ponernos al día y repasar partidos, anécdotas, escaramuzas y toda suerte de recuerdos de aquellos memorables años.

Como todo albaceteño conoce, Salesianos se ubicó en las instalaciones que la Diputación Provincial disponía en la carretera de Madrid. La institución pública encomendó en 1.964 la gestión de dicho colegio a la Congregación Salesiana hasta el año 1.984, en que decidió resolver el contrato, asumir la gestión y rebautizarlo como “Giner de los Ríos”, padre de la escuela laica española.

Salesianos no solamente fue un colegio, fue una lección de vida. Más de dos mil alumnos pasaron por él y tanto la formación como las instalaciones eran de nivel superior, lo que permitía complementar el estudio con la práctica de deporte diario obligatorio, actividades culturales en las que se implicó a los alumnos en materias tales como la música o el arte dramático -teníamos hasta un salón de actos con su escenario y sus butacas- y excursiones, jornadas de convivencia, campamentos, etc.

En el colegio aprendí mentiras como que el camaleón cambia de color para camuflarse, que Gutemberg inventó la imprenta o que Newton descubrió la gravedad porque le cayó una manzana encima. Recuerdo que los viernes por la tarde teníamos sesiones de cine, me perdí muy pocas, era un asiduo con mi bolsa de pipas gigantesca, afición al celuloide que todavía hoy conservo y practico. También sigo yendo al teatro. En sus canchas di mis primeros pelotazos futboleros y si llegué a jugar medio bien posteriormente fue sin duda gracias a aquellas instalaciones, de cuyo equipo de fútbol salieron gente como Camacho y Catali.

Una cuarta parte del alumnado era becario y recuerdo que se nos dividía en externos, mediopensionistas e internos. Yo era de los primeros pero era tal mi júbilo escolar que anhelaba ser interno o mediopensionista, puesto que éstos pasaban todavía más tiempo que yo en el colegio, fuera del horario escolar. Teníamos algunos compañeros de color, guineanos, y por aquel entonces aquello era rara avis. Fue sin duda mi primer contacto también con la multiculturalidad. Nadie podrá discutir nunca la entrega de los Padres Salesianos en nuestra educación, en la preparación de fastos y celebraciones, siempre fieles al ideario de nuestro patrón, San Juan Bosco, que festejábamos cada 31 de enero.

Cuando el Ministerio de Justicia decidió ubicar en los terrenos de Salesianos la nueva sede judicial, no sin cierta polémica, asistí atónito y afligido al derrumbe de la ya, para siempre, nuestra institución. Lamento hoy no haberme manifestado en su día contra tal medida, supongo que la disyuntiva y posterior neutralidad obedeció a motivos profesionales y me hice el suizo. He tardado mucho en escribir sobre esto, demasiado. Siempre seré un salesiano más. Pisar los nuevos Juzgados será, en cierta manera, como regresar al colegio de mi infancia, que ha ido marcando posteriormente el devenir de mi vida.

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