Desde el día 8 de este mes no ha sido capaz mi mano de sujetar la pluma ni mi cerebro capaz de articular ideas. Saltaron todas las alarmas y  mi mecanismo de defensa me aconsejo desconectar de todo;  del empacho informativo catalanista, de las sesiones circenses parlamentarias, de los salvajes homínidos mata mujeres, de las diferentes varas de medir de políticos y jueces, de la podredumbre de una sociedad decadente que dejó atrás todos los valores que la hicieron fuerte para acomodarse al discurso de falsos profetas y ángeles salvapatrias.

Me he recluido en la preparación del Nº 51 de la Revista “6 Flores”, cuya dirección me enorgullece y de la programación y puesta en marcha de la Navidad del Orfeón de La Mancha que me honro en presidir. Ambas actividades, culminadas con éxito total, me han aliviado a pesar de su complicación de la tensión de ser espectador de las miserias humanas, que los medios de comunicación se afanan en sacar a relucir obviando lo sublime, interesante y meritorio que ya no es del interés de esta sociedad desestructurada donde lo efímero adquiere la categoría de trascendental.

Oír hablar de Cataluña ya produce nauseas y soportar el hedor físico e intelectual de algunos de sus personajes es vomitivo. El discurso de los imanes en las mezquitas lleva a la muerte de decenas de inocentes ante la pasividad de la cúpula de la policía autonómica, que se ve a sí misma como el Estado Mayor del ejército  de una ficticia república bananera. El sermón de los curas en las iglesias enciende la llama de la rebelión contra el orden establecido, con la complicidad de quienes desde el poder se encargan de abarrotar de limosnas los cepillos eclesiales. Unos y otros están sentando las bases de la destrucción de la convivencia en una comunidad antaño envidiada y hoy puesta bajo sospecha. Después de ver como dieciocho de cada cien catalanes, que podían haber sido definitivos con su voto para restaurar el orden y la convivencia, se han quedado cómodamente en su casa, no me cabe otra sentencia que aquella que dice “con su pan se lo coman”; con el suyo que no con el mío .

Terminar un año con cincuenta y cinco mujeres  y cinco hijos menores de edad asesinados por maridos, ex maridos, parejas o ex parejas, es abrumador, trágico, vergonzoso y mil calificativos más en una sociedad occidental y moderna en la que el respeto a los derechos humanos es consustancial. Háganselo mirar la tropa de letrados que subsisten afanados en desarreglos matrimoniales y los jueces cuyas sentencias tienden más a destruir que a construir, sin que yo quiera generalizar porque seguramente son mayores las nobles actuaciones de unos y otros. Y de paso que se lo hagan mirar también los que desde la dictadura han establecido los cauces por los que discurre la educación en democracia y como no, los que se encargan de ponerlos en práctica; políticos y educadores pudieran ser también responsables de esta triste realidad que ha alcanzado desde 2007 una media de 65 personas muertas por violencia de género. El porqué de que todo esto ocurra mayormente en la franja mediterránea desde Almería a Gerona y en los contornos urbanos de Madrid y Barcelona es materia de estudio de antropólogos, pedagogos y sociólogos, que imagino deben estar en ello aunque de hecho no apreciemos la mejoría.

De la clase política española y su afición a las sesiones circenses en los diversos parlamentos solo cabe decir que nunca hubo entre ella menos categoría intelectual, menos generosidad y menos preocupación por el interés común de quiénes representan. La política en España no es sino una competición individual para alcanzar glorias, más efímeras que duraderas, que conllevan una sustanciosa remuneración, una poltrona que deja en inferior plano al populacho, un coche oficial al que cuesta subirse y no menos bajarse y sobre todo la inviolabilidad, inmunidad y aforamiento que les concede la Constitución, que dedica algunas partes de su texto más a defender intereses  de unos pocos que del común de la ciudadanía.

En fin, lamento despedir el año con escepticismo cuando no con pesimismo y me preocupa que mi estado se prolongue en el venidero, porque será señal de que poco o nada avanzamos para construir un país próspero y una sociedad justa. Salir de la crisis fue conveniente y pudo ser ilusionante pero con ello no se arreglaron los males de fondo que corroen los cimientos de nuestra sociedad; esa tarea la tenemos pendiente.

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Adiós 2017, un año para recordar

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