Dejo atrás el Oeste, con toda la farándula “hollyvudiense”, y me dirijo hacia el Este, para ir al Oeste Profundo; curioso. Algún día hay que cambiar 2 veces la hora, pues atraviesas dos husos horarios. Tengo la suerte que localizo una emisora, como si fuese Radio Olé, pero en country. Ya está, bautizada como Radio Country, con unas voces espectaculares en los presentadores; a cualquiera le puedes dar una guitarra y un grupo y a cantar con éxito. Hago una Ruta sui generis, y con ayuda de un plano con sitios de interés, voy parando y saliéndome de la original.

Imposible no acercarse al Parque Nacional de Yosemite en Sierra Nevada, California, Patrimonio Mundial de la Humanidad. Protegido ya desde el Presidente Lincoln.  Accedo desde  Sacramento, otro parque temático;  con sus trenes de carbón, barcos de aspas y soportales de madera, capital de California (creíais que era San Francisco, ¿no?, por cierto, descubierta por el español Gaspar de Portolá), cuando era Goberneitor, el Sr. Schwarzenegger y su “says no to girlie men”. Recorrido impresionante en bicicleta. Avisos de no dejar comida visible dentro de los vehículos por el ataque de los ositos yoguis (no compis) negros. Con mucho cuidado en las rústicas mesas de madera que existen  para comer  algo, pues las ardillas se ponen a dos patas para que les des algo y, al menor descuido, te lo quitan de las manos, como en los mercadillos. Indican también poner atención a los leones americanos (pumas) por sus bajadas, a los coyotes, castores, etc. Espectaculares sus acantilados, cascadas y ríos cristalinos, bosques de secuoyas gigantes. Sus cañones fueron esculpidos por las masas de hielo descendiendo hace un millón de años.

Y ya que estoy en Sierra Nevada, me acerco al espectacular lago Tahoe, de agua dulce, donde Menorca seguiría siendo una isla, si estuviera dentro. En él se puede esquiar en sus montañas nevadas y bañarse en sus playas de arena fina. Recientemente se ha visto una familia de osos bañándose y luego para las montañas, como si estuviesen de excursión. Hace frontera con Nevada. Pues nada, a “Les Vegues”. Como si fuese un espejismo, veo hoteles, torres, árboles…, no lo es, pero es un proyecto de unas Vegas bis. Paso de largo y ahora sí, me proyecto las “seven eleven” en mi pantalla mental. Todo es más que lo imaginado y visto en tantas pelis. Con temor, provincianismo manchego, pregunto por un hotel apañao. Me sugieren que el mejor es el Stratosphere, en el que se puede hacer submarinismo, esnórquel (no sé qué es), casino (lo fundamental) y hasta habitaciones, que las tienen para favorecer el juego. Admitidas mascotas. Sorprende que no tiene precio único sino que, cuando vas a preguntar por una habitación (tiene sobre 2.500) después de una larga cola, la recepcionista se marcha, enfrente de ti se abre una escotilla, te sientes observado y al volver  te confirma si hay o no habitación y su precio. Lo preguntó primero mi guía inigualable, por el que se amplificó mi placer del viaje; veintipico años, le dieron el precio de 60 dólares dos personas y a mí, pocos más años y cara de ludópata, al cabo de un rato, 50, desayuno incluido, también espectacular, pues en un mismo plato, la delicada clientela, iba echando (del verbo echar, con pala) alimentos salados y dulces, en capas, en un mismo plato. La habitación, tenía unos 50 metros y dos inmensas camas. Dan un plano para llegar a ella, pero siempre me perdía, es lo que quieren para que vayas gastando por donde circulas. Había que pasar por el casino, con sus luces y melodías las 24 horas, sus tiendas, restaurantes, salas de espectáculos, etc. Había que justificar haber ido a la Ciudad del Pecado; cambié un dólar, lo fui echando en una máquina de las de palanca y al cabo de un rato de manipularla a cuatro manos, sin ton ni son, se acabó y retornó un vale por 1,23 dólares, retornable en caja. Fin del ansia viva ludópata.

Lo más notable, por lo que siempre sale en las pelis ese hotel, es  su alta torre tipo pirulí. En lo alto, a 329 m., existen unas atracciones;  la segunda más alta del mundo, y el edificio más alto al oeste de San Luis, Misouri y Misisipi (¡ejem!, descubierto por Hernando de Soto, segunda etapa de la Ruta 66, que comienza en Chicago).  Vistas impresionantes. Eso sí, cuando te montas,  tienes que recogerte el estómago  y los ojos, pues se te van al vacío. No hubo que buscar mucho, enfrente de la puerta principal, había una Chapel Wedding, con su puerta en forma de corazón. Nos casamos en cómodos plazos. El resto paseo ojiplático por todos los hoteles ya conocidos; el de Venecia,  Paris, Harley Davidson, etc., sorteando en sus calles a los ofertantes latinos, que te dan cartulinas con las fotos y tfs. de señoritas de paga. Espectáculo de luz y sonido impresionante en el Bellagio. La mezcla de estilos en el César Palace. Montaña Rusa en un hall, entrando y saliendo del hotel. Obviamente no podía faltar un gran  hotel en forma de lingote de oro, un hotel de 5 estrellas special one, el Trump. Bye, bye.

Camino de Arizona, me sorprenden dos cosas; la Presa Hoover, en honor del expresidente de EEUU, en el río Colorado, que figura en el Registro Nacional de Lugares Históricos. Tiene un único carril para cada dirección, con curvas estrechas y peligrosas, por lo que la circulación es lentísima; así te da tiempo para admirar esta magna obra de ingeniería. Han hecho muchas pelis y videojuegos.  Y, sigo sorprendiéndome, en la frontera, hay que mostrar documentación y hacen abrir, aleatoriamente, los portamaletas  los policías que la custodian.

Y ya estamos en el río Colorado. Vamos a sacar cuello, pues en 1540, el español García (como mi heterónimo) López Cárdenas, subordinado de Francisco Vázquez Coronado, fue el primero que vio el Gran Cañón. Luego se creó y todavía existe, el Viejo Sendero Español (el Old Spanish Trail que conecta San Agustín, en Florida, primera ciudad fundada en USA por el asturiano Pedro Menéndez de Avilés, que salió en busca de las Siete Ciudades de Oro, con San Diego, California, con 4.000 m. Hay ramificaciones desde  México y Los Ángeles, con 2.000 m., muy transitada para el transporte. Es interesante saber la razón de estas expediciones, nada altruistas, ni evangelizadoras, como luego tampoco fueron los desembarcos del Mayflower anglosajón.

Y el origen está en el mito de encontrar las Ciudades de Oro de Cíbola y Quivira. Para ello nos remontamos al siglo VIII, en la conquista musulmana de Mérida y en la  creencia de que siete obispos habrían huido con riquezas y reliquias y había fundado, cada uno de ellos, una ciudad riquísima en Norteamérica, que los expedicionarios ansiaban encontrar. Siguiendo los recorridos históricos, se puede viajar. por todo USA, desde el Lago Michigan, hasta Texas y Nuevo México con historia española, más reconocida allí que en España. Hay un manuscrito en la Biblioteca Huntington, California, de Pedro Pizarro, primo de Francisco, donde se narra la conquista del Perú. Otro igual se perdió en España…

Ahí, en el oeste

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