La ambición es algo innato en el hombre. Casi justificada por alguna gente. Incluso ciertos expertos matizan y diferencian entre la ambición positiva y la ambición negativa. Sabiendo controlarla, claro. Todos conocemos o tenemos a alguien próximo con esas características. Hablo del ambicioso positivo. Bien puede ser familiar, amigo, vecino o viceversa. Y si entre ellos hay algún político, ya ni les cuento. No tengo nada contra ellos. Al contrario. Sí tengo amigos, entre esa casta (ahora de moda), de todos los colores, entre los que hay muchísima gente responsable, comprometida, trabajadora, decente, que tan sólo ambiciona hacer bien su trabajo por y para los demás. Aunque no lo crean, los hay. Y muchos.

Pero, claro, en todos sitios cuecen habas. Resulta que también los hay, como en todas las parcelas y profesiones, ambiciosos enfermizos de vocación, por culpa de los genes que le acompañan o, simplemente, porque la tentación sea más fuerte que la vocación de la que hablamos. O tal vez, qué leche, porque se les hacen los ojos chiribitas, al ver que tienen el cajón a su alcance y la “llave” en el bolsillo, ya sea derecho o izquierdo, y la mano larga, convencido de la existencia de una falsa impunidad Algo parecido a lo que se dice en el capítulo 8 de El Quijote: “Todo lo cubre y lo tapa la gran capa”. Craso error. Son las cosas que cubre la apariencia, pero no la indecencia repetida.

Luego está la otra ambición, la de querer ser lo que no se es, ni se da la talla, pretendiendo seguir a toda costa en el machito,   lo que uno no lleva dentro. Aquello de “dime con quien andas y te diré quien eres”, (cap.10 El Quijote) pone en solfa que “por la compañía que buscan se conoce la manera de ser de las personas”. Ya sé que todo esto es un lío, pero ustedes que son muy inteligentes, habrán comprendido que aún dando muchos rodeos llegamos al momento político que España vive. O por mejor decir: que SUFRE, de Norte a Sur y de Este a Oeste.

Mientras tanto, en casi todas las sedes de nuestros partidos políticos, agrupaciones o como quieran llamarles, según el sitio, hay más movidas que en la época de Tierno Galván como alcalde de Madrid. En la mayoría de los casos, por culpa de ambiciosos de tomo y lomo. De querer ser algo a toda costa. De pretender cambiar hasta la cosas que funcionan bien. Incluso, groseramente, aquellas otras que afectan los principios de millones de españoles.

Todo eso, sin entrar en detalles del momento ridículo y patético que estamos viviendo, por culpa de algunos que quieren la gobernanza de España a toda costa. De visita en Cataluña, por si el coste de convencer al honorable actual fuera bailar la Sardana. No habría ningún inconveniente. Tampoco si hubiera que ponerse el traje de faralaes intentando bailar con poca gracia una sevillana, a cambio de que prescriba cuanto antes el incómodo asunto de los ERES.

Si hay que viajar a ver al amigo griego para pedirle que su otro amiguete ideológico español sea bueno y cambie de rumbo, y de voto, se viaja y no pasa nada, dispuesto a bailar el sirtaki. O el merengue venezolano, si llega el caso. Sólo que el amiguete español bastante tiene con serenar las cosas dentro de casa, en la que se mueven hasta los azulejos de la cocina donde se cuece el pescado, cuentas bajo sospecha y hasta las fichas del dominó y la Oca.

Y si cruzamos la calle, nos encontramos a otros que, para no ser menos, también tienen su propia mascletá  con tanto ruido que hace daño al oido, sin saber aún cómo acabará la “fiesta”.

Tampoco los más bisoños escapan a la tramontana política que hay en España. El ir y venir. Me enfado o sonrío. Me desprecian, pero aguanto. No seas malo o dejo de quererte. Y así sucesivamente. Nadie se fía de ellos, pero todos los quieren a su lado. España es así.  España sigue siendo diferente, por ser suave.

A todo esto, las alcaldesas más “populares”  intentan superarse a sí mismas con decisiones chiripitifláuticas. Y no digamos nada de aquéllos que quieren la “desconexión de España”  a toda costa. Sin embargo viajan a Madrid, se entrevistan con los ministros de la “pela”, para que “España” les saque las castañas del fuego, consecuencia de su derroche independentista y mala gestión. Total: un auténtico desmadre, y una falta de respeto a todos los españoles. Y todo por una ambición enfermiza en cualquiera de sus variables.

Esto forma parte del conglomerado de fórmulas de los ambiciosos sin límites, que tienen una “necesidad incontrolable de querer siempre un poco más” o de su “necesidad constante de controlar”, con la evidente “insatisfacción permanente de lo alcanzado”, y con los “deseos imperiosos de vencer a los posibles competidores”, buscando demostrar su “capacidad de obtener siempre lo que se proponen”, aún a costa de quien sea y de lo que sea. Todo lo contrario que los ambiciosos positivos que quieren ser creativos, “deseando que los demás también logren su crecimiento personal”, pero de éstos últimos existen pocos. Igual sucede en otras profesiones, incluido el periodismo.

Tampoco estaría de más que todos los españoles, TODOS, sin excepción alguna, hiciéramos examen de conciencia para analizar con tranquilidad qué es lo que estamos haciendo mal, antes de que sea demasiado tarde. A pesar de todo ¡Feliz Semana Santa¡. Después nos espera una dura penitencia.

 

Ambición desmedida

La Opinión | 0 Comments