Un caleidoscopio tiene tres espejos y produce una pluralidad de imágenes. YO (en lo sucesivo con minúscula) estoy en el centro de una habitación cuadrada. En cada pared hay un espejo, por lo que se multiplicarán esas imágenes. Indudablemente soy la misma persona, pero depende en que espejo me vean, la imagen que proyecto es distinta, y distinto el nombre de dios que se me da por los que me miran según su religión: hebrea, cristiana, musulmana, budista, etc. Y eso que son monoteístas, adoran a un mismo dios, yo, que soy único. Más complejo cuando me ven en infinidad de figuras los politeístas. Pienso que soy un fracaso cuando no he logrado esa unión que pretendo entre los hombres. Además matan y sufren por mí y en contra de mí, según en el espejo donde me proyecto y me ven. Me ruegan para que mate y confunda a los que me ven en los otros espejos, para que me mate a mí mismo, sino soy el “yo” que ellos ven. Y matan en mi nombre y en contra de mi nombre. ¿Cómo voy a escuchar a los que pretenden mi muerte y mi suicidio?

En El Rey Lear de Shakespeare, los locos conducen a los ciegos. Creo que debo detener esta locura y dar a los hombres  lo que es suyo, mi infinitud y mi sabiduría. Yo me quedaré con su locura y la transformaré en amor y cordura. Luego voy a hacer, como en la novela de Saramago,  Ensayo sobre la ceguera, que los ciegos recuperen la vista. Yo me daré a los hombres, porque soy ellos. Les devuelvo lo que ellos me han dado, porque ellos me han creado.

Y cuando los hombres miren a los espejos y se vean a sí mismos, sin más padre al que recurrir que ellos mismos, al principio se mirarán asombrados, inquietos, con todos los interrogantes, pero luego verán que sí pueden y saldrán fortalecidos. Y mirarán al cielo no para recibir el maná, sino para proyectar su poder y ponerse manos a la obra.  Sin guías espirituales, sin gurús, sin intérpretes de ningún todopoderoso, porque dios son ellos, yo no existiré nada más que en ellos, ya no tendré ningún nombre por el que nadie muera o mate. No existirán las iglesias, ni templos, como lugares de culto para ningún dios, sino para la cultura. Alguien en el futuro se preguntará para qué fueron edificados como las esculturas moais de la Isla de Pascua.

Y ya que he decidido mi fin, me pregunto cuándo fue mi origen. Me aventuro a pensar que fue con el homo sapiens sapiens hace unos 200.000 años. Éstos ya tenían pensamientos abstractos, eran conscientes de sí mismos, de su condición mortal y capacidad de planificar. Antes es difícil pensar que en un organismo monocelular, después acuático,  luego anfibio y así sucesivamente en la cadena de la evolución, hubiese cabida un dios. ¿Alguien puede pensar que una rana creía en un dios y a él se encomendaba? Después hubo tres clasificaciones, ahora dicen que erróneas, de la antropología clásica: Cro-Magnon (los blancos o caucasiodes), Grimaldi (negroide) y Chancelade (amarillos o mongoloides), pero que pueden servir para pensar en los nombres con que me llamaron y que dieron origen a las religiones conocidas  Y como la separación del gran supercontinente, Pangea, fue hace unos 200 millones de años, con lo que ya no hubo posibilidad de comunicarse,  cada colectivo por sí mismo y por separado, desarrolló su religión con su deidad o deidades, tal vez para dar contestación a sus interrogantes o proyectar sus miedos, como se descubre en la presencia de objetos en tumbas, es decir que las creencias religiosas pueden ser explicadas a través de la evolución del cerebro ya considerado humano y que dan lugar a grupos cohesionados que brindan significado y esperanza a su existencia, a veces monopolizados y dirigidos por traductores del “más allá”, visionando que las religiones derivan de nuestra psiquis.

Dios

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