Las elecciones del 20-D han puesto España a cuatro patas o a tres y la coja, según se mire. Si atendemos a los cuatro  grupos en los que se ha dividido la derecha y la izquierda, yo estoy convencido de que se va a tratar de una división accidental, producida por una reacción popular contra las medidas anti crisis y la corrupción extendida por toda la clase política. Esta división, que a ojos de agorero presume el fin del bipartidismo, no es más que una manifestación espontánea de cabreo colectivo sin más. La derecha sigue siendo la derecha, si se quiere con el apellido liberal, y la izquierda seguirá siendo la izquierda socialdemócrata al estilo europeo,  con un apéndice marginal ahora crecido por la incursión de un grupo de populistas pijos, niños de papá, que juegan con los sentimientos y las carencias de las clases menos favorecidas.

Si de la segunda opción se trata, las elecciones han dejado a España con tres patas constitucionales y una cuarta pata, coja,  carcomida,  con miles de agujeros donde anidan anarquistas, antisistema, independentistas, terroristas, traficantes, pendencieros, irredentos y demás caterva de la extrema izquierda.

Si en el sentir de la clase política se aprecia una tendencia inequívoca a la reforma o actualización de la Constitución, no tan sentida por los ciudadanos, ahora es el momento de analizar la necesidad, proponer los cambios y llevarlos a cabo,  en el menor plazo posible para que el proceso no afecte demasiado a la estabilidad política y económica de España.

La reforma de la sucesión en la Corona no ofrece dificultades. La reforma del Senado sí sería cuestión de un detenido estudio de su conveniencia y utilidad dada la diferencia de criterios de los diferentes grupos, unos a favor de ampliar las competencias de la Cámara y otros partidarios de convertirla en un Consejo Autonómico y poco más. La delimitación definitiva de las competencias estatales y su blindaje ante la disgregación de normativa autonómica no contemplaría demasiadas diferencias salvo las aparte pretensiones separatistas de la pata coja podemita y su entorno. La reforma de la Ley Electoral, que en la actualidad beneficia a los dos grandes Partidos y a los de tinte nacionalista, es “justa y necesaria” por los desequilibrios que representa que hacen que agrupaciones con un número de votos tengan menos representación que otras con una cantidad muy inferior.

La reforma o actualización de la Constitución, con estos asuntos y otros que seguramente me dejo, solo es posible llevarla a cabo en un momento como el actual, en que se prevé una legislatura corta en el mejor de los casos o un adelanto electoral en el peor. Con un Gobierno salido de una mayoría absoluta no cabría reforma alguna salvo que se pactase para el final de legislatura porque ningún Gobierno de esta índole iba a disolver las Cortes y convocar referéndum a mitad de legislatura. Ahora que entre las tres patas constitucionales suman 253 escaños que dan una mayoría suficiente y además contando con la mayoría absoluta del PP en el Senado, es el momento de sentarse a discutir, negociar y concretar una reforma que satisfaga a todos, salvaguardando la unidad de España, la igualdad de todos los españoles y la solidaridad entre los diferentes territorios que la conforman –a los separatistas nunca les vendrá bien- y que alargue sin fecha la hasta ahora más duradera de las Constituciones españolas.

PP, PSOE y Ciudadanos deberían renunciar a personalismos e intereses espurios y dar una muestra de generosidad y flexibilidad como ya hicieran los españoles que en 1978 se dieron a sí mismos esta Carta Magna que, a pesar de que me resulte difícil digerir la división territorial, sí reconozco que ha servido para  darnos treinta y cinco  años de estabilidad y prosperidad. Las tres patas sanas en las que se apoya España deberían ponerse de acuerdo, dejando el Partido más votado la responsabilidad de gobernar mientras dura el proceso constituyente; marcar unos límites de tiempo lo más cortos posible y a continuación disolver las Cámaras y convocar el referéndum y elecciones generales. No parece ser que “Pedro I el Guapo”, vasallo que fue de la sultana de Sevilla esté por la labor sino por todo lo contrario. Todo indica que, emulando a Mas, se arrastrará por los suelos pidiendo a Podemos la investidura. Si esto fuera así y el PSOE lo consintiera, sería una desgracia para todos y una excelente ocasión perdida.

España a cuatro patas

La Opinión | 0 Comments