España no está de rebajas. Ni se vende, como algunos pretenden. Hay tipejos de tres al cuarto, de sonrisas cínicas y miradas imbéciles que confunden su falta de dignidad y su colaboracionismo mangui, con lo que es el orgullo y la historia de una nación como España.

Cataluña y las Vascongadas, incluidas, como el resto de regiones o Comunidades Autónomas, guste o no a algunos mendrugos, forman una gran nación. Envidiada por muchos, elogiada fuera de nuestras fronteras, pero vilipendiada y aborrecida por una minoría de estúpidos sin fronteras, muchos de los cuales no han pasado del siglo XIX. Y nadie tome esto como si de un mitin electoral se tratara. Para eso, para contar cuentos, vender motos propias y miserias de los demás, ya están otros, que, además, cobran por ello y buscan réditos electorales. Votos ajenos manoseados por movidas callejeras, unas veces. Muy legítimo, pero aburrido y caduco. Y otras, por el demérito sinvergüenza del propietario que “busca tortas teniendo hogazas”, según nos dice Don Quijote.

No sé si es genético, pero los españoles no aprendemos. Alguien decía que “pensamos bien, pero tarde”. Creo que muchos se dejan llevar por tanto vendedor de humo y fantasía como pulula por nuestra hermosa piel de toro. Es cierto que hoy tenemos una España inquieta. Somos muy inquietos y quisquillosos. A veces –casi siempre- tenemos mala memoria. Nos dejamos embaucar con facilidad. Basta con que alguien nos prometa el oro y el moro. Somos amigos de ponérselo fácil al último que llega y nos hace dos carantoñas demagógicas, tan de moda hoy día. Ni quiero, ni debo ser cáustico y punzante. Simplemente es la percepción personal que uno tiene viendo tantas cosas raras. Lo peor, es que nos queda mucho por ver. Y no todo bueno. Ojala y esté equivocado.

Ahí tenemos el caso de Cataluña. O mejor, de esos que un día se miraron al espejo, hicieron una mueca y dijeron. ¡Vamos a contar mentiras, como la canción, y nos separamos de España. Sin más. “España nos roba” (qué buen “invento”) de Arturo y los que le bailan el agua, aunque no lo soporten por su actitud prepotente y chulesca. Eso sí, que España nos saque de todos los apuros económicos que tenemos, pero sin que se enteren en Madrid del despilfarro gilipollas que nos traemos con las “embajadas” y los separatismos. La pela es la pela.

Y encima, TODOS los medios de comunicación de España (sin excepción) afines o no a la causa, dedicando horas y horas y páginas y páginas a lo mismo, haciendo el juego gratis a estos rebeldes sin causa, como la película.

España está hoy como un libro de cocina. Hay tantas “recetas mágicas” como chef políticos (veteranos y emergentes). Todos nos presentan platos, a cada cual más raro, intentando llevarnos a sus mesas. Por cierto, algunas bastante sucias y revueltas.

España no se vende. Y menos, sabiendo que hay gente que quiere manejarla a su antojo. Los ciudadanos debemos saber separar de la vida pública a los oportunistas y a los lañas (de todos los colores y sabores) que tanto daño han hecho con sus actitudes deshonestas. También hay que estar muy al loro de aquéllos que llegan disfrazados de redentores, porque la política ni puede ni debe convertirse en refugio de amargados y fracasados. Sería injusto meter a todo el mundo en el mismo saco. Hay muchos políticos honestos, más de los que imaginamos.

 

 

 

 

 

España no se vende

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