Desde una perspectiva social, la hormiga ha observado angustiada el fin de una Europa social hundiéndose por el proteccionismo y los nacionalismos, claros males de nuestro capitalismo actual, que no son inherentes a dicho sistema.

Señalo que no corren buenos tiempos y que la pérdida de valores sigue una marcha imparable. El norte capitula en el sur las políticas de inmigración, dónde los discursos xenófobos, proteccionistas y nacionalistas se hacen hueco en los parlamentos.

Siempre me he definido como un liberal convencido, ya que el mercado, eso sí cuando existe, posibilita el desarrollo de sus interlocutores, por lo que la globalización aún en manos del capital hace posible el desarrollo global. El estado debe entonces actuar mínimamente redistribuyendo la renta de sus ciudadanos, garantizando su protección, formación y comunicándose o relacionándose con los interlocutores de ese mercado global. Con mejor o peor suerte ésta fue la apuesta europea e incluso estadounidense hasta la crisis, en donde el proteccionismo y nacionalismo han vuelto ahora a instaurarse con fuerza.

La nueva política de vallas, criminalización del extranjero e imposiciones en aduanas no es monopolio de EEUU, en Europa se responde de la misma forma, permitiendo que nuestra apuesta social se hunda en patera.

Una sociedad desarrollada, pero llena de egoísmo, pide cuentas al prójimo, no duda en protegerse abandonando el mercado común si es preciso como en el caso de Reino Unido, enarbolando la bandera de la diferencia para constituir naciones como catalanes, bávaros o italianos de la Liga Norte. Los argumentos maltusianos de no contar con riqueza para todos se contraponen a la quiebra de las pensiones por el envejecimiento de un continente con tasas reducidas de natalidad. Las recetas de obrar soluciones en origen son papel mojado por más de medio siglo de descolonización y no actuación, que han permitido corrupción y abusos de poder en países con fronteras artificiales sacudidos por guerras, cambio climático y comercio incontrolado de sus escasos recursos propios.

Y mientras en el mediterráneo buscan desesperados refugio, calidad de vida, oportunidades apostando con su vida.

Seamos humanos, abandonemos prejuicios, aplaudamos la decisión de no dejar morir a más de 600 personas en el Aquarius, SON PERSONAS.

En España, los datos de 2017 dejan cifras con un 13% de inmigración, en donde los principales países de origen son Marruecos, Rumania y Ecuador. Senegal es el 27, con apenas el 1%, por otra parte, Alemania admitía el año pasado, aún con fuertes restricciones, casi 200.000 refugiados, el 25% sirios.

No recurriré tampoco a evocar tiempos pasados de nuestra fotografía como país emigrante, tan sólo pensar en dónde estaríamos sin el proyecto europeo de solidaridad y mercado común en el que nos embarcamos en 1986.

 

Blog: El Secreto del Hormiguero

Europa naufraga en patera

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