Escribo esto cuando se cumplen ochenta años del alzamiento militar en defensa de la República. Dos años antes los socialistas se habían  levantado contra ella y proclamado Repúblicas Socialistas en diversas poblaciones asturianas.

Son dos situaciones distintas a las que los años y la propaganda de la izquierda han intentado dar la vuelta e intentan vendernos la idea de que lo de Asturias fue un movimiento obrero revolucionario justificado y necesario mientras el levantamiento militar lo achacan a la derecha monárquica y católica.

Lo de Asturias fue una revolución socialista contra el Gobierno de la República legalmente constituido pero también contra la República misma, que aprovecharon para sustituir por Repúblicas Socialistas en los lugares en que se hicieron fuertes, Mieres, Sama de Langreo o Gijón. La semilla revolucionaria encontró en Cataluña la excusa perfecta para proclamar  la independencia, cosa que hizo el Presidente Lluis Companys en la noche de 7 de Octubre proclamando el nacimiento  del Estado Catalán, “dentro de la República Federal Española”. Por el contrario, la sublevación militar de Julio de 1936 se hizo en defensa de la República y contra los desmanes y tropelías del Frente Popular –continuación del movimiento revolucionario de 1934- consentidos cuando no fomentados por el Gobierno republicano de Manuel Azaña, constituido ilegalmente al haberse formado antes  de la celebración de la segunda vuelta electoral. La guerra civil la comenzaron los socialistas con su revolución de Octubre; lo demás fue sobrevenido.

Han pasado ochenta años del segundo golpe, ochenta y dos del primero. Las dos corrientes políticas que dominaban Europa, fascismo y comunismo,  dieron en encontrarse y medir sus fuerzas en España. La amenaza de crear una República comunista que se venía gestando desde el primer golpe en Asturias y casi materializando con el Frente popular, hizo que se removieran los cimientos de la derecha monárquica, clerical y caciquil y también de la derecha republicana  que trasladaron su inquietud al estamento militar y lo convencieron.

Al cabo de ochenta años las heridas siguen vivas, no porque siempre lo estuvieran sino porque alguien se encargó de reabrirlas. El fin de la dictadura dio como uno de sus primeros frutos la Ley de Amnistía de 1977. Ese fue el comienzo del entendimiento basado en el perdón y en el olvido. Desde esas fechas hasta la llegada al poder de una nueva generación de socialistas, no comprometidos con los postulados de sus antecesores, encabezada por la persona que más daño hizo a España en menos tiempo, Zapatero, la guerra era algo pasado, algo para recordar,  aprender y no repetir. Zapatero se empeñó en abrir las heridas con la mejor de las armas para refrescar la memoria, el dinero. Con dinero compró voluntades y abrió tumbas. Hizo la división entre buenos y malos y con ello hasta de las fosas comunes que recibieron distinto tratamiento  dependiendo de a quienes albergaran.

Esa izquierda revanchista patrocinada por Zapatero es la que olvidó la Ley de Amnistía y los principios en los que se asentaba y trata de invertir la realidad interpretando y retorciendo torticeramente la historia. Hablar de vencedores y vencidos al cabo de ochenta años es más de locos que de cuerdos, más de oportunistas que de sensatos pero curiosamente nadie sale a defender a los que creyeron ganar la guerra y en cambio toda la izquierda sale en defensa de los creyeron perderla.

En las guerras siempre se pierde. Cuando son de una nación contra otra una sale victoriosa aunque a veces con una amarga victoria –España derrotó a los ejércitos de Napoleón pero estos dejaron al país arrasado-. En una guerra entre hermanos todos pierden. Habrá un bando que al final se alce con la victoria pero unos y otro habrán dejado muertos en las trincheras y los  campos y los muertos no son ni rojos ni azules, son personas que lucharon y murieron dejando un gran vacío en sus familias y ninguna madre lloró a su hijo más o menos según en el bando donde combatía. De nada sirve el odio y el resentimiento que perseveran en el alma de la izquierda; esta fue una guerra que perdimos todos.

El día 21 hará ochenta años que mi madre, con nueve años, corrió a refugiarse en el Alcázar de Toledo después de ver como los milicianos habían asaltado y saqueado el Cuartel de la Guardia Civil en Bargas. Una niña de nueve años con otros dos hermanos más pequeños que estuvieron a punto de perecer a manos de los genocidas que ahora son ensalzados. Otro día trataré de ello.

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La guerra que perdimos todos

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