Voy a meterme en un terreno escabroso para mí porque la filosofía no fue precisamente una de mis materias favoritas y los pocos conocimientos adquiridos fueron borrados del disco duro una vez superados los exámenes correspondientes.

Antes, cuando la comunicación entre individuos o entre grupos no trascendía más allá de lo hablado en el momento y lo que los correveidiles fueran capaces de propagar, poco se sabía de lo que conocían, pensaban o sentían los individuos geográficamente distantes. La imprenta ayudó a que se extendiera el conocimiento y fue el principio de la globalización, en el sentido de que mucha gente de muchos lugares fue capaz de conocer las mismas cosas, no obstante y desde sus comienzos Papas y Reyes acotaron los conocimientos que deberían llegar al individuo y fomentaron solo aquello que no dificultaba o facilitaba su labor de gobierno.

La ignorancia fue el estado natural de muchas generaciones de muchos siglos. La ignorancia facilitaba el ejercicio del poder, era su arma favorita y barata. Pan y circo daban los romanos a la plebe y la plebe era feliz , ¿para qué más?. En el ámbito más individual la gente no era ignorante, porque conocía muchas cosas aunque ignorara muchas más. Era en su sentido más amplio donde la ignorancia se imponía como carencia de instrucción y conocimiento –como así la define la RAE- y es así como sigue imponiéndose lamentablemente hasta en nuestros días.

La ignorancia es un arma que se sigue utilizando en nuestros día por todos los poderes, públicos o fácticos, gobiernos, confesiones religiosas, medios de comunicación, todos hacen de la ignorancia de la ciudadanía su propio medio de subsistencia.

Los planes de educación, ya sea en democracias o en dictaduras, están programados según los intereses del sistema y crean generaciones de individuos que no conocen más allá de lo que interesa que conozcan, incapacitados para la crítica y distinción entre lo verdadero y lo falso, entre lo trascendental y lo superfluo, fiados a las consignas  que desde arriba se les imponen. De esta forma las élites políticas y económicas que educan y forman a sus retoños en centros exclusivos siempre tienen asegurada  la continuidad.

Las confesiones religiosas imponen una ortodoxia en muchos casos ajena y distante de lo que la sociedad vive, piensa o reclama y en un exceso de adoctrinamiento de las masas son a veces  las que  convierten la ignorancia en integrismo, fanatismo y racismo. La evolución histórica de cada una ha sido diferente y lamentablemente hoy somos víctimas de la involución de las que aún viven en la Edad Media y de las que todavía  conservan  sectas o ramificaciones propias de otros tiempos.

Los medios de comunicación desde sus inicios han sido, contrariamente a su génesis, un instrumento para el ejercicio del poder mediante el adoctrinamiento, la desinformación y la intoxicación. Los gobiernos de todos los tiempos han utilizado y censurado todo lo publicado. Primero  libros y prensa escrita, posteriormente la radio y casi simultáneamente la televisión. Ahora influyen, cuando no controlan, en los nuevos medios de comunicación a través  de las redes. Los medios han servido a políticos y gobernantes para intoxicar y adoctrinar –véase el caso de la prensa, radio y televisión catalana subvencionados por la Generalidad- a las masas y para establecer un nuevo sistema de censura que de forma indirecta conduce al individuo a expresarse sobre  y como lo que los poderes quieren. La “censura” de las dictaduras ha sido suplida por lo “políticamente correcto” en las democracias. La ignorancia, ya generalizada, es incapaz de distinguir y menos de luchar contra esta manipulación.

Manipulación que alcanza a las empresas que controlan los medios de comunicación,  que sacrifican a la rentabilidad principios fundamentales instituidos y relegan a los desvanes los pocos que quedan de moral y de ética. La telebasura conduce a la gente a niveles mínimos de dignidad, haciéndoles vivir una realidad inexistente, alimentando de carnaza sus carencias de inteligencia y haciendo de la ignorancia de lo importante el camino para llenar los platós.

Cuando en 2016 el libro más vendido –no sé si más leído- fue el de las memorias de la mediática “princesa del pueblo”, Belén Esteban, no puede pensarse de esta sociedad que no es decadente, ignorante y extremamente manipulada. Las cadenas televisivas, con sus estrellas de tertulia y tertulianos a sueldo son una máquina de intoxicación y de engaño –cuando el mismo personaje dice una cosa u otra en función del medio de donde cobra- conduciendo a las masas hacia su verdad, la verdad impuesta por el medio que contrata.

Pero donde uno puede encontrar y medir el grado de ignorancia de parte de nuestra sociedad es en las redes. Amparada en el   anonimato, la red   estimula el valor de los ignorantes que en sus carencias defienden hasta  con violencia a quienes los manipulan; anima a los estúpidos que no entienden de qué van las cosas y salen por peteneras; enorgullece a los necios que ven como salen reflejadas sus posturas o planteamientos equivocados. Quienes no necesitan del amparo del anonimato son los soberbios, para los que su seña de identidad debe resaltar por encima de todo y de todos, grupo en el que se integran algunos de los políticos de nueva hechura, que pretenden imponer sus cuatro verdades ignorando y desconociendo la infinidad del universo.

¿La ignorancia tiene cura?. No, es un producto barato de fabricar y fácil de vender. La enfermedad de la ignorancia es incurable. Como la flora intestinal, vive entre nosotros.

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La ignorancia, terreno para la intoxicación

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