Tras la reconversión industrial de los años ochenta, que nadie creía posible y menos que fuera llevada a cabo por un gobierno socialista, ya creíamos que el mundo laboral había quedado estabilizado, con los altibajos  cíclicos en la agricultura, la construcción o el turismo. Por entonces no se pensaba que la robotización y la informatización de los centros de producción iban a repercutir a pasos cortos pero continuos, con poco ruido pero sin descanso en el mercado laboral. A las grandes empresas de la minería, metalurgia y naval pronto siguieron otras del sector público, telecomunicaciones, ferrocarriles o el privado como la industria pesquera y ya más recientemente y sobre todo a consecuencias de la crisis la Banca, pública y privada.

El saneamiento de la Banca no solo ha costado a los españoles miles de millones de Euros (la Banca pública de las Cajas de Ahorro)  sino la pérdida desde el comienzo de la crisis de 90.000 puestos de trabajo. Una vez casi estabilizado el negocio bancario, la Banca se nos ofrece como el sector que más inseguridad y más presión ejerce sobre sus empleados y más si se trata del género femenino.

Hoy  el diario Público saca en titular a gran tamaño que “El  ERE de Santander y Popular se ceba con las madres trabajadoras” y en él nos da a entender que gran número de empleadas a tiempo parcial por razones de maternidad se ven abocadas a solicitar la salida voluntaria tras las reiteradas “invitaciones” de la dirección. Parece ser que este colectivo es carne de ERE y es que la Banca se ha convertido en la actividad profesional más despersonalizada y donde la mujer tiene más difícil la escalada profesional. La reconversión de  la Banca tras el periodo de fusiones, absorciones y compras, necesariamente ha tenido que pasar por eliminar buena parte de una red solapada que entorpecía y devaluaba el negocio. Esto unido a la necesidad de homologación informática ha dado paso a la creación de una nueva Banca informáticamente avanzada donde cada día son menos los puestos de atención al público y más la derivación del cliente a la banca electrónica y los cajeros automáticos.

Pero el resultado de esta integración en su aspecto laboral no ha favorecido ni perjudicado a todos pero sí ha creado desigualdades y producido no pocas injusticias. De la criba en los servicios centrales donde obviamente sobraba gente tras las fusiones, se está llegando ya a la red de sucursales con el cierre de cientos de ellas y la correspondiente repercusión en las plantillas. De todo este proceso hay quien está saliendo peor tratado y muy perjudicado, el colectivo femenino.

Ya en la primera entrevista previa a la contratación los “esbirros” de recursos humanos tienen el objetivo de detectar quiénes de las entrevistadas se inclinan por una vida laboral compartida con una vida personal normal que incluye maternidad o por el contrario dan a entender unas aspiraciones profesionales donde no cabe la supeditación a la vida privada. Superado este paso y conseguido el contrato temporal que conlleva un sueldo exiguo y la maleta dispuesta, la recién incorporada comienza a sufrir la presión del objetivo inalcanzable, con tres frentes abiertos, uno la agraviada clientela que contempla con disgusto como pasa de ser una persona a ser un número al que restringen descaradamente el trato personal pero a la que hay que mantener y meterle con calzador toda una serie de productos con mucha letra pequeña que en gran parte ni necesita ni entiende; otro, la necesidad de justificar ante una dirección igualmente presionada pero infinitamente mejor retribuida, a diario y a veces por horas, el resultado de las gestiones realizadas con la clientela; el otro frente, los mismos compañeros que en lucha fratricida compiten por llegar a una meta inalcanzable para la gran mayoría y convertible en otra meta más imposible una vez alcanzada la primera.  Podríamos decir que el perfil del empleado de la banca, sea hombre o mujer, es el de una persona no comprometida en la vida personal, alejada de su entorno familiar, con una movilidad sin límite y dedicación a la empresa sin horario ni descanso.

Cuando la vida en  matrimonio o pareja  y la maternidad con su licencia o trabajo a tiempo parcial empiezan a condicionar la absoluta dedicación a la empresa es cuando llega la caída en desgracia y aquí es cuando también comienzan las presiones; traslado forzosos a sucursales geográficamente muy distantes, control exhaustivo de cualquier falta, baja laboral, incidencia o incumplimiento, para llegar a la meta de la invitación a sumarse al ERE correspondiente, a la baja incentivada o al despido basado en la falta de productividad, medida desde la dirección sin intermediación posible.

La Banca hoy se está convirtiendo en la más inhumana de las actividades, donde el empleado deja de convertirse en persona para hacerlo en robot, donde no cabe la conciliación familiar ni se entiende otra dedicación que no sea la impuesta por la organización. Son cientos los que cargados con sus títulos y másteres llegan con la ilusión de encontrar un trabajo estable donde se pueda promocionar por méritos personales. En cambio se encuentras con unas organizaciones piramidales donde cada ascenso es una renuncia a lo personal y el mérito consiste en sobresalir a toda costa y en un servilismo sin condiciones, con la consiguiente frustración de la gran mayoría.  La ocupación femenina en puestos de primero y segundo nivel es irrisoria, es mucho lo que hay que sacrificar, eso sí, a cambio de  mucho dinero. Lo peor de esto es que cuando llega el momento de la “patada de Charlot” te encuentres en la calle con la soledad como único  horizonte.

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La mujer en los 90.000 empleos perdidos en la banca

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