A veces uno, buscando, encuentra la política de cercanía, la de solventar problemas del día a día relacionados exclusivamente con el interés común, la que quiere acometer además grandes retos para seguir adelante en zonas que se despueblan, que agotan sus recursos, que se doblegan al interés de algunos. Es mi preferida, pues se trata de política en la que la maquinaria de los partidos políticos pasa a un segundo plano y uno se fija en la persona que lo abandera, cuando las banderas no son el problema, en el equipo que empuja y permite avanzar, sin medios de comunicación ni fanatismos que ahonden en las diferencias, se fija en el análisis de un programa de actuaciones para la legislatura soportado en la trayectoria del bagaje realizado, aun a riesgo de no «colgarse medallas», sino simplemente de ayudar a que el lugar mejore y se desarrolle, huyendo de todas las coletillas que afloran en campaña, aquellas que quedan en papel mojado.

Esa política, afortunadamente también existe. En ella he visto jóvenes de diferente ideología arrastrando juntos un geo-radar buscando el patrimonio de sus ancestros que salvará su tierra, he conversado con vecinos esperanzados por el trabajo de su ayuntamiento, he visto sonrisas de complicidad buscando estrategias de crecimiento ante instituciones en la capital, he visto ansias de aprender para transmitir grandes ideas, contagiar con ellas, convirtiéndolas en una apuesta de éxito, he admirado cómo toman forma grandes proyectos nacidos entre charlas de hacedores, entre silencios de prudencia, y la ayuda fiel de amistades fraguadas desde la infancia, en el colegio, aun militando en distintos partidos, y finalmente he valorado el saber hacer gestionando en silencio las malas prácticas del pasado, sin alardes, buscando soluciones.

Pero no es fácil, cuando el proyecto se contagia y se integran personas, reaparecen ideologías de los que se sienten desplazados, recriminando posturas, alzando la voz con el ¿qué hay de lo mío?, acusando gratuitamente, incluso a familias, y enturbiando los éxitos compartidos, los de todos los que trabajaron por ellos, afortunadamente por poco más de dos semanas de campaña. Después, por el bien de todos, habrán de seguir trabajando, dejando en el olvido los diretes de campaña. Pero antes frente a una urna, sólo espero que se valoren conjuntamente tantas jornadas de trabajo por su pueblo, tantos viajes, reuniones, sueños compartidos y hechos que empujan a una sociedad adelante, poniendo delante de las siglas de un partido a las personas.

Esta es la verdadera política. Mi apoyo y aplauso para con esos equipos que priorizan a las personas, sus ganas de trabajar por el bien de todos, que ponen toda la carne en el asador a riesgo de quemarse en lo personal, que valoran la cultura como incentivo para el desarrollo, que aprovechan la exposición ante los medios para seguir adelante con pasión y amor a sus raíces, poniendo en valor el trabajo realizado.

Son sin duda muchos los ejemplos que recorren nuestra geografía municipal, el de estas líneas se sitúa en las tierras del hidalgo andante.

 

Blog: El secreto del hormiguero

La Política con mayúsculas: personas y hechos

La Opinión |