Decía el canciller Otto von Bismarck hablando de los españoles: «Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido». Será que en la mezcla de razas que a lo largo de la historia conformaron este país coexisten dos fuerzas, centrípeta y centrífuga, que al final de su tira y afloja  se equilibran e impiden que una parte se desgaje.

A lo largo de los siglos,  desde que se consolida una unidad territorial y política como  provincia del imperio romano hasta nuestros días, han sido innumerables las ocasiones en las que los pobladores de Hispania  se han liado a mamporros  y otras tantas las que, aprovechando nuestras diferencias,  han venido los enemigos a sacar provecho.

La leyenda negra creada en torno al Imperio español o a la Inquisición  ha triunfado sobre todo porque se ha fomentado  o no se ha combatido desde dentro. Los españoles habíamos estado acostumbrados a  mezclarnos  con quienes nos invadieron y sacar partido  de su riqueza intelectual, lengua, cultura, leyes, economía etc. y eso fue lo que llevamos como tarjeta de presentación  al nuevo mundo. Las civilizaciones mediterráneas tenían un fondo humanista y en España echaron todas raíces.

Viene todo esto a cuento de la famosa carta del Presidente mexicano, de “ocho apellidos aztecas o más”, pidiendo el Rey de España y al Papa que le pidan perdón porque quinientos españoles y unos cuantos caballos, embarcados en unas pocas naos, conquistaron el Imperio azteca hace quinientos años. Aunque al populista López Obrador le importa un bledo lo que hicieran en México  “sus antepasados” y puede que en el fondo subyace una animadversión contra el poder económico español instalado en México, enemigo declarado de los populismos nacionalistas. La carta del azteca sobrevenido no merece sino tomarla a chunga porque por la misma razón los españoles  teníamos que pedir cuentas  a griegos, italianos y árabes y deberíamos avergonzarnos de  haber dado al Imperio Romano tres grandes emperadores, Trajano, Adriano y Teodosio y otros dos al Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos V y Felipe II. Puestos a pedir perdón, por qué no a los moros  nacidos en Al Ándalus o a los judíos que llevaban aquí mil años, por haberlos echado. Y a los turcos,  holandeses y belgas por el repaso que les dio el Duque de Alba.

Lo tremendo de esta carta es que haya españoles, más que indocumentados malintencionados, que pretenden hacer una lectura de la historia basada en su sectarismo y extrapolando  a nuestro tiempo lo acaecido cinco siglos atrás. Demasiado conocen en el mundo podemita y sus parientes  de la extrema izquierda que la conquista de América  unió a los pueblos  con una lengua, una religión y una cultura y no menos importante, con una mezcla de razas que dio lugar  a criollos, mestizos, mulatos y otras denominaciones de mezclas, a diferencia de la colonización anglosajona que se fundamentó en el exterminio de los  nativos, hoy reducidos  y recluidos en reservas allí donde los colonizadores no quisieron instalarse.

Se trata de desmontar la historia para crear una a su antojo, eliminar el pasado para hacernos perder las raíces, hacernos olvidar de dónde venimos y lo que hicimos. Pretenden crear una sociedad aborregada, que no piense, que se deje llevar por lo que se les dice desde la caja tonta. Cierto es que durante el franquismo se abusó demasiado del concepto de Imperio y Madre Patria en una ensoñación de algo imposible de recrear pero que sirvió para aumentar la autoestima y el orgullo de un pueblo, destrozado por las guerras, que mira hacia atrás y repasa complaciente lo que fue capaz de crear;  pero no es menos cierto que pretender comparar un inexistente genocidio en las Américas con la represión de la dictadura ya no es de malintencionados sino de imbéciles .

Éramos pocos y parió la abuela dice el refrán y no acabamos de salir de una leyenda cuando entramos en otra, la del  “Espanya ens roba”. “España nos roba”, tantas veces repetido que al final hay una parte de la población que lo cree y ésta, que fue la consigna primitiva, unida ahora a otras leyendas negras como la de la parcialidad de la justicia o la ausencia  de libertades, publicadas a los cuatro vientos por los medios de comunicación engordados por el separatismo, ha calado en la sociedad catalana, en la izquierda española y en todos los círculos del populismo europeo.

Seguirá habiendo leyendas negras mientras no seamos capaces de combatirlas afirmándonos seriamente en todo lo bueno que hicimos que fue mucho y en lo que hemos conseguido ser y hacer. España fue  lo que quisimos que fuera y tiene que ser lo que queramos que sea y habrá que desmontar el discurso de quienes tratan de destruirla enfrentándonos a ellos y no compadreando. El Gobierno ha metido la zorra en el gallinero y a poco que se descuide el gallo exhibicionista Sánchez puede caer en sus fauces, eso sí, llevándose a este País por delante.

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Las leyendas negras

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