A pesar de alguna experiencia viajera, no podía imaginar un chiringuito de playa nudista elegante. Los camareros, de ambos sexos, le daban una nota distinguida con sus minipareos y saber estar. Tenía miedo que alguien rompiese el clima chic, pero no. Por  higiene todos los clientes nos poníamos “algo” para sentarnos, para despejarnos una vez dejábamos el bar. Comenté que ya éramos de la Europa civilizada, pues todos estábamos a lo nuestro sin miradas furtivas a los vecinos (palabra inclusiva). La música acompañaba, así como la mínima pero suficiente decoración.  Por la noche cambiaba poco, seguía el buen ambiente y los clientes y camareros ya vestíamos con ropas ligeras, de los colores de la isla, con el blanco predominante, elegantes.

Por la tarde estaba sentado en una terraza en las inmediaciones del puerto de Ibiza con tres bellas mozas. De repente vi que se daban codacitos para avisarse mutuamente de que venía un tipo apuesto, alto, pelo largo rubio con mechas, con un extraño atuendo entre un torero y un jugador de fútbol americano, por sus amplias hombreras, zapatos árabes de punta curva. Venía con un séquito numeroso detrás de él. Al llegar a nuestra mesa, se paró unos segundos y… me lanzó un cariñoso beso, ¡a mí!, después desapareció con su escolta. El asombro de los cuatro fue total, las chicas, decepcionadas y celosas, le dijeron que estaba mal aprovechado y respondió “eso es lo  que tú te crees”. Era uno de los integrantes de Loco Mía… nunca me escribió, ni me llamó.

De impresión en impresión, fuimos a un macro restaurante-discoteca. Costaba entrar, guapamente vestidos, 90 euros por persona, con el único derecho de disfrutar del fabuloso espectáculo múltiple de sus variados ambientes, sin copa de regalo. De natural manchego, nos cuestionábamos si pagar o no  la entrada. En la puerta de acceso había un elegante señor, que pedía los boletos, acompañado de dos fuertes amigos.

De repente vimos llegar dos descapotables blancos, con carrocería de cuero también blanca, me acerqué para ver la marca, pues dudaba si eran Seat Ibiza por el lugar, pero no, eran Rolls-Royce Phantom. Con toda pompa se bajó D. Abel Matutes, exministro de Asuntos Exteriores, exdiputado del Parlamento Europeo,  exalcalde de Ibiza, doctor honoris causa, con Derecho y Económicas… ¡Y jugador profesional de fútbol del Español!, siendo pretendido por el Barcelona y el Madrid.  D. Abel se dirigió a la puerta, seguido de toda su  cohorte.  Los empleados de la puerta le rindieron armas. Él saludó al conserje por su nombre, Paco, que le colmaba de risas y lisonjas. Obviamente pasaron sin pagar. Se me encendió la bombilla, aleccioné a mi pareja, hicimos la pasarela alfombrada con todo el porte estudiado, pijamente elegantes, cogidos del brazo y al llegar a la altura de Paco, aminoramos el paso, lo saludé mirándole a los ojos, diciéndole: “Hola Paco, otro año más por aquí, que bien te veo”, le golpeé suavemente y con superioridad el hombro, me estudió y ante la duda y mi seguridad, me sonrió y me dijo que adelante y que también me veía bien. Los dos armarios franquearon el paso.  La actuación me hizo ahorrar 180 euros.

En una salita lateral apartada, estaba preparada una mesa con todos los bichos marinos imaginables e inimaginables para D. Abel y los suyos. Dentro un circo con toda la fauna mundial en sus muchos ambientes, “animados” por varios espectaculares  bailarines (inclusivo) que se movían, arriba de sus peanas, como si estuviesen articulados, inanimados, inexpresivos. Estridentes todas las músicas. Fui al baño  y me sorprendió ver otro señor fuerte vigilando los lavabos, en los que únicamente salía agua caliente. Me dijeron que era para impedir que los clientes  bebiesen. El agua costaba lo mismo que una copa y por alguna extraña razón, era lo que más se consumía, de líquido, claro. Al cabo de un rato y después de beber una copa, no de agua, y bailar, interrumpidos por cariñosos compañeros clientes, que se metían entre mi pareja y yo, dimos por terminada la sesión. Me despedí, hasta otro día, de Paco. Yo igual de  displicente. Él igual de suspicaz.

Para terminar, fuimos al concierto al aire libre de Sergio Dalma. Llegamos cuando cantaba su última canción, que oímos desde la valla exterior, Bailar Pegados. Eso hicimos.

 

Mi noche con Abel y Sergio

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