Ante todo, voy a pinchar el globo del mito y decir que la Ruta 66, The Mother Road, como tal, no existe en  la actualidad, salvo pequeños tramos y algún museo que recuerda su esplendor. Por sus espectaculares paisajes,  dio lugar a un gran tráfico, y no mucha seguridad pues, en principio, la carretera  era de grava y tierra y  tenía muchas pendientes y curvas pronunciadas, razón por la cual hubo muchos accidentes (se la rebautizó como Bloody 66, Sangrienta 66).      En 1957 se diseñó un macro-proyecto de autopistas interestatales, lo que trajo como consecuencia el cambio del recorrido. La Ruta formó parte de  la Red de Carreteras Federales hasta 1985, cuando se descatalogó y fue sustituida por la Red de Autopistas Interestatales; la  41 y 55, al Este y la 10, 40 y 101, al Oeste…. Une Chicago y  “casi” Santa Mónica en Los Ángeles, con un recorrido de 3.939 km., aunque mejor en millas, 2.448, que son menos, aunque la distancia entre  sus mojones sean más largos. Y digo “casi”, porque nunca llegó al mar.

Era el camino ideal para los emigrantes que iban al Oeste. Posteriormente el flujo fue hacía el Este, en busca de las playas de California y para trabajar en las fábricas de armas, también en California, durante la 2ª Guerra Mundial. Partes de las actuales carreteras se han re-señalado como Historic Route 66, incluso el famoso letrero está pintado en el pavimento, de tramo en tramo.

Comencemos en Santa Mónica. Iba por un amplio paseo, andando, y la gente me llamó la atención por ello, pues el paseo era exclusivo para los patinadores; todos guapos, en bikini, jóvenes y esbeltos. Miré por si estaban rodando una peli y andaba por allí Pamela Anderson y David Hasselhoff. Sí que estaban unos espectaculares Vigilantes de la Playa, pero ninguno ellos. En las olas se practicaba el surf. Ambiente festivo y de lujo. Me sorprendió ver un Restaurante de Bubba Gump Shrimp, el mucho mejor amigo de Forrest Gump, el de los camarones. Se comía muy bien allí y no caro, hasta bocadillos de crema de langosta. A la caída de la tarde pregunté a una policía si me recomendaba algún Hostel. La recomendación fue que lo mejor era buscar en algún  motel fuera de la ciudad, pues era muy peligrosa por la noche, incluidos los hoteles. Así lo hice es un motel también típico de película. Sin bajar del coche se hace el registro de entrada e inmediatamente a la amplia plaza de parking al lado de la amplia habitación, con 2 camas de 2 m. Parecía todo ya visto,  muy familiar.

Siguiente día a ¡Hollywood¡ por Sunset y SantaMónica Boulevard.  Pasé por el HoFo, el Hollywood Forever, su cementerio, pero mi mitomanía por los pocos actores enterrados allí, no me indujo a entrar. Espectacular la torre del agua de la Paramount. Estar allí es no parar de asombrarse por tanta leyenda que han creado y que sucumbes ante ella. Lo primero buscar el famoso letrero en el monte. Facilidad de aparcamiento. Fotos en el Paseo de la Fama y con las huellas de los famosos en el Teatro Kodak, actual Dolby, donde se entregan los Óscar en el Boulevard. Bullicio en la zona, con tantos imitadores de famosos y cantantes, buscando unas monedas por una foto. Más asombro dentro de Universal Studios, con su esfera. Montar en un tren activo e ir recorriendo decorados como los de Tiburón y el puerto; la casa y colina de Psicosis, el precioso barrio de Mujeres Desesperadas; el coche de Regreso a Futuro; un avión «recien» estrellado, humeante; coches colisionando; bomberos apagando fuegos; pueblos mexicanos inundándose y salpicándote; cápsula espacial mareante… De excitación en excitación.

Otro día, siguiendo la antigua ruta, millas y millas, ningún aviso de llevar bidón suplementario de gasolina, pueblos abandonados, gasolina que se acaba, ilusión al ver el siguiente pueblo, todos con nombres españoles, abandonados. Un buitre cerca del arcén haciendo merienda-cena, más escudos en la carretera. A lo lejos otro pueblo, Granada. Abandonado. Parada ilusionante en una gasolinera mítica. Carteles propagandísticos. Con dos surtidores electromecánicos, rojos, de coleccionista. Descuelgo la manguera, rota. Un bar adosado con muchas fotos antiguas de moteros  por fuera. Se abre la puerta, sale el comité de recepción, un doberman  gruñendo, aparentar tranquilidad donde no la hay. Sale otro ser menos afectuoso, desgreñado, pelo largo grasiento, ropas más engrasadas, harapiento, risa histérica que deja ver sus muchas mellas. Después de explicarle que no tiene gasolina el coche, él dice “juá, juá, yo tampoco, tendréis que dormir con el buitre”, escupitajos. Sale otro tipo, también de película gore; hablan, ríen señalando a las víctimas, nosotros. Después de mucho rogar, se convencen y uno de ellos sale con un quad a través del desierto, formando una polvareda espectacular. El doberman sigue con su ritual alrededor de los incautos. Al cabo de un interminable rato, vuelve la nube. Se baja del quad y trae un ¡galón de gasolina¡ a precio de oro, con el que pude abandonar ese escenario terrorífico y  llegar a un escenario lunar, maloliente, hectáreas y hectáreas de desechos químicos, letreros militares por todas partes; la famosa Área 51.

También llamada Groom Lake, en Nevada, a 133 km. de Las Vegas,  no reconocida  por la CIA, hasta la presidencia de Obama en 2013. Ha dado lugar a películas como Independence Day, Indiana Jones, Star Trek, etc. Está prohibido hacer fotos y su peligrosidad se advierte en múltiples carteles. Los militares patrullan con sus Jeep Cherokee. Se denomina también carretera Extraterrestre, la 375, condado de Lincoln. Se guardan secretos clasificados sobre Ovnis, experimentos químicos, aéreos… Se  dice que en la zona se grabó la película de la supuesta  “Llegada a la Luna” en la Misión Apolo 11 de 1969.

En el único motel encontrado, me recomendaron una pizzería para cenar, el único sitio. Lleno de militares, prohibidas fotos. Servicio rápido pues ¡cerraban a las 20,30! Al terminar de cenar, recomendaron un “pub” para tomar una copa. El entrecomillado es porque era un corral abierto, almodovariano, ya que en una esquina  estaba la DJ sesentona, con su equipo de música antediluviano y encima una capilla con  unas flores y una foto de un soldado recientemente fallecido en Irak. El cuadro lo completaba una única chica acompañada de su copa en la barra y un setentón que la sacaba a bailar. La mayoría, soldados, en la puerta fumando. Después de tomar una gran Muarguadreita (así pronunció el camarero la Margarita), por 5 dólares y que servía para dos personas, al motel. El día amaneció pronto, despertado por un coro de cacareo sobre mi cabeza y el zumbido de miles de moscas en el dormitorio… que estaba justo debajo de un gallinero.  Rápido a la calle y a adentrarse en el Oeste profundo.

 

Ruta 66

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