Visto el desmadre en que se ha convertido la política española y el desgobierno que corroe los cimientos de nuestra joven democracia, cabe pensar o bien que no hemos aprendido nada del pasado o que no hemos sido capaces de transmitir a las nuevas generaciones la generosidad con que se dieron los pasos que consolidaron “el régimen del 78”, como gusta decir a la ultraizquierda.

Hace unos días que hemos celebrado el 41º aniversario de la Constitución y comprobado desgraciadamente como “los representantes” de una cuarta parte de los españoles están por la labor de reformarla conforme a los intereses secesionistas o bien hacerla caer para cambiar el modelo de Estado.

Las Constituciones que rigen en los países democráticos no sol algo de quita y pon ni algo perdurable eternamente por sí mismas. La evolución de la sociedad obliga a una continua adaptación en todos los ordenes de la vida y como no en los cambios necesarios para actualizar nuestras normas de convivencia. La Constitución de 1978 es la octava de cuántas, impuestas u otorgadas, han regido nuestros destinos y solo ha sido superada en vigor por la de 1876 que tuvo una larga vida de 47 años.

Sin duda la Constitución de 1978 ha envejecido en muchos aspectos y puede ser necesaria su actualización pero siempre considerando como trascendental e insustituible el Artículo 2: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. y haciendo cumplir lo que establece el Artículo 6 que se refiere a los Partidos Políticos: “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”.

El espectáculo bochornoso y grosero mostrado el día de la constitución de las Cortes por unos representantes   políticos que hicieron gala de desprecio y desacato a la norma fundamental,  con juramentos o promesas rayando en el esperpento: “por imperativo legal”, “por los presos”, “por la República”, “por el mundo mundial”, “por la capa de ozono”, “por la vida del gorrino de San Antón” y otras excentricidades más, nos llevan a la conclusión de que la política española se ha banalizado hasta extremos muy peligrosos; que la representación política de los españoles nunca tuvo un nivel tan degradado y que visto el mismo solo cabe esperar lamentables decisiones que acarrearán desastrosos acontecimientos.

No se trata de ser pesimista y dar todo por perdido, pero algo han hecho mal tantos años de bipartidismo para que hoy el espectro político esté tan dividido hasta el punto de hacer ingobernable la Nación. Buena culpa de ello la tiene la Ley Electoral, llena de injusticias y desigualdades, que concede pingües beneficios a quienes solo compiten en unas pocas circunscripciones, coincidentes lamentablemente con las provincias levantiscas y sediciosas y al considerar la circunscripción provincial sin tener en cuenta la población, lo que nos lleva a la injusta situación de que  “Teruel existe” gana un escaño con 19.696 votos mientras la media de Madrid es de 96.000 votos para conseguir un escaño y lo grave de todo ello es que el Congreso no es una cámara territorial que representa a las provincias sino al conjunto de los electores.

Sí puede uno caer en el peor de los pesimismos cuando se observa que el candidato a formar Gobierno se incline no a derecha o izquierda como sería lo normal sino que cometa la felonía de intentar formarlo con partidos culpables de sedición cuyas cúpulas están condenadas a duras penas de prisión por haber intentado romper el Estado.  Poner en peligro  la Constitución y al mismo Estado firmando alianzas con los  enemigos declarados de España y uniéndose a ellos  no tiene otro calificativo que el de traición.

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Tiempos revueltos

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