No suelo pecar yo de pesimista, más bien todo lo contrario, pero si de algo he presumido siempre es de intuición y de capacidad para verlas venir. La infortunada actuación de la Delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid en relación con las esteladas, aunque justificada, inoportuna políticamente en los tiempos que corren, ha vuelto a encender la llama del independentismo y unir a los que hace días estaban tirándose los trastos a la cabeza, cosa muy común por cierto entre los grupos de la izquierda. Una llama por cierto que también ha prendido en el mundo abertzale vasco desde la llegada de Otegui, aupado por la extrema izquierda y paseado por los foros vascos, catalanes y europeos.
Por otra parte, las encuestas que se van conociendo, y aunque de cocinas diferentes se trate, ofrecen resultados bastante similares solo adornados a su gusto por los que encargaron los trabajos. Si de nuevo se repiten o se aproximan los resultados a los de Diciembre –que va a ser así- es para echarnos a temblar. Si el PP no efectúa una limpieza profunda hasta debajo de las alfombras y Ciudadanos no hace descender sus niveles de arrogancia y deja de mirarse el ombligo, pocas serán las posibilidades de algo duradero entre ambos. Si el PSOE rompe la tendencia y supera aunque sea por un solo voto a sus adversarios podemitas unidos, Pedro Sánchez se vendrá arriba y no habrá quién se atreva a quitarlo del medio, a pesar del peligro que supone tener al frente del PSOE a una persona que pone velas en todos los altares y espera que alguno de los dioses le sea propicio. Por el contrario, si el PSOE se derrumba como así parece deducirse de las encuestas, será porque la horda podemita unida se haya hecho con la representación de la izquierda no socialdemócrata, comunistas, anarquistas, antisistemas, populistas y hasta dieciséis formaciones que conformas sus listas.
Yo no creo en los milagros al tiempo que reconozco que solo un milagro puede salvarnos de ese camino que nos conduce directamente a Grecia y a la ruina. Estamos a punto de superar la crisis económica pero no sus efectos. Esta crisis ha puesto al descubierto las miserias humanas de muchos de los servidores públicos en los que depositamos nuestra confianza con el voto. Hemos visto como aquellos en los que confiamos plenamente, pusimos como ejemplos, subimos a los pedestales y convertimos en modelos en nuestras Universidades, han antepuesto sus intereses particulares a la ética en la gestión pública y han hecho de su bolsillo el destino final de su desvergüenza.
Junto a estos ha habido otros muchos que sin hacer del bolsillo causa principal, sí han ayudado al descrédito general de la clase política; unos por su debilidad para gobernar España sin hacer concesiones a la anti-España, otros porque nunca creyeron en España o tuvieron de ella un vago concepto como nación, otros más porque se echaron con descaro en brazos del independentismo favoreciendo sus intereses en perjuicio del bien común general.
Unos y otros han llevado a España a una crisis moral e institucional que anula el sacrificio de las generaciones que hicieron la transición. Una crisis de identidad en la que ya no se ve España como Nación con un único destino. Una crisis que el independentismo y la extrema izquierda se empeñan en fomentar para destruir todo lo conseguido en estos últimos cuarenta años.
España ya no es una, grande y libre como pregonaba la dictadura. De una ha pasado a ser diecisiete, que no son tales sino quince más dos que ni siquiera se consideran España. No es grande porque la grandeza radica en la unión, en la solidaridad y en la altura de miras en aras a un bien común general y eso aquí prácticamente ha desaparecido. No es libre porque la descomposición que la afecta le impide actuar con autoridad en cualquier punto de la geografía, porque los ciudadanos no podemos hacer uso de nuestros derechos fundamentales, como es el conocimiento y uso de nuestro idioma común y porque estamos sometidos a la salvaje colonización de la burocracia europea que está haciéndonos perder parte de nuestros valores y signos de identidad.
Esta descomposición moral a que nos han conducido los errores de nuestros gobernantes y nuestra aquiescencia como gobernados, no parece que vaya a encontrar remedio en el futuro más próximo, pues son muchas las fuerzas centrífugas y disgregadoras que no van a facilitar la formación de un gobierno estable y mucho menos las reformas constitucionales necesarias, reformas que unos conciben volviendo al centralismo, otros flirteando con el federalismo y otros más soñando con la independencia. Hay mucha podredumbre en el tejido social español; mucha más en sus clase política pero no confiemos en los nuevos profetas y mesías porque adolecen de los mismos vicios que critican. Un año de gestión en Municipios y Comunidades les ha dejado al descubierto y a pesar de ello ahí siguen creciendo en las encuestas, lo que demuestra que nuestros índices de inmoralidad, desvergüenza, envidia y odio también van in crescendo.
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Un futuro negro, negro, negro

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