Una mañana de noviembre de 2004 Theo Van Gogh sale de su casa en Amsterdam, coge su bicicleta y se dirige al trabajo. Alguien le espera agazapado para matarle. Mohamed Bouyeri, asesino holandés de origen marroquí, lleva una pistola, dos cuchillos de carnicero y una carta de cinco páginas. Cuando Theo Van Gogh es tiroteado todavía da unos pasos antes de caer desplomado al suelo. Se vuelve a su asesino y le dice: ¿no podemos hablar de ello?  Bouyeri usa uno de los cuchillos para degollarle, el otro para clavarle un mensaje en el pecho.

La carta, escrita en un perfecto holandés, era una fetua para Ayaan Hirsi Ali, diputada holandesa de origen somalí. Desde entonces, vive escondida en EE.UU.

Hirsi Ali y Van Gogh habían escrito y dirigido, respectivamente, un documental (Sumisión) sobre el papel de la mujer en el Islam. Ese día se acabó el sueño de una Europa en la que se pudiera opinar libremente y sin temor sobre este tema. Podemos sobrevolar el tema pero no aterrizar en él. Y esto es un hecho con unas pésimas consecuencias para todos, porque la tolerancia hacia ciertos aspectos de la religión musulmana se ha convertido en un nudo mojado difícil de desatar.

El debate sobre los burkas, ya sean playeros, piscineros o de andar por casa no está abierto aunque lo parezca, es un tema mutilado por el miedo.

Lo dijo muy claro el editorial del 1 de septiembre de Charlie Hebdo: “En cambio, cuando la justicia francesa decide que el delito de blasfemia no existe y que se puede caricaturizar las religiones, ya nadie hace uso de ese derecho. ¿Quién,  aparte los dibujantes de Charlie Hebdo, se ha atrevido a dibujar al Profeta? Los dibujantes tienen miedo de ejercer un derecho que la ley les concede  porque tienen miedo de perder la vida. A semejanza de la ley sobre el burka, muy poco aplicada, el Derecho se ve completamente superada por este nuevo orden moral de inspiración musulmana. La ley del miedo es ahora más fuerte que el miedo a la ley”.

Emerge un tema importante en este contexto, ¿qué es ser tolerante? Desde luego no es renunciar a la lucha sobre la igualdad de sexos que tiene lugar en Europa desde hace ya cerca de dos siglos. Una sociedad que pretende empoderar a la mujer en todos los ámbitos (individual, social, cultural, ideológico, laboral, etc…) no puede pasar por alto que una parte de su población transite por las calles como propaganda de retorno a la sumisión. Sin lugar a dudas, la aparición de la mujer en la vida pública de nuestro país ha sido beneficiosa para todo el mundo, mujeres y hombres. No daremos un paso atrás en esta lucha.

Se trata de un debate de valores y de libertades que debe ser abordado en los ámbitos legislativo y educativo. Por tanto, es vital un Pacto Nacional por la Educación y la Justicia para afrontar este tema, así como otros que nos acosan. Pero ahora más que nunca, toda España está presa de los votos. Escasean los políticos capaces de hacer política y, por lo tanto, de mejorar nuestras vidas. Vamos a tener que importarlos de otros países.

Hablemos del problema que hablemos (nacionalismo, populismo, integrismo, fanatismo, etc…) llegaremos al mismo nudo mojado: no hay un debate racional basado en hechos, ni capacidad para resolverlo.

Luego, a la que te das la vuelta, te piden tolerancia. Encima.

 

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Cuando estoy a punto de mandar esta columna a la redacción, leo que se abre la primera Universidad Islámica en Euskadi. Parece que no soy la única que piensa que la clave es la educación. No hablo de un libro de Houllebecq (Sumisión, 2015), es la realidad.

 

 

Un nudo mojado

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