En línea con su, hasta ahora, progresista pontificado, el máximo mandatario de la Iglesia católica, apostólica y romana acaba de autorizar a través de la correspondiente encíclica a todos los sacerdotes para que “de ahora en adelante puedan absolver a quienes hayan procurado el pecado del aborto”, sin necesidad de previa autorización del obispo de turno o del propio pontífice. El CEO gaucho de la cristiandad convierte así en permanente y sine die algo que se venía aplicando provisionalmente durante el ya finalizado Jubileo de la Misericordia.

Como buen argentino, excesivo y denso, ha necesitado emplear veintitantas páginas para decirlo, plétora lingüística que nosotros le perdonamos a él. No sabemos si se trata de una bula o de un bulo, si bien parece que el perdón papal se extiende erga omnes y alcanza tanto a mujeres como a médicos. “Ego te absolvo ab omnibus censuris et peccatis tuis”.

Etiam abortivum”, habrá que añadir a partir de ahora, a pesar de que mucho beato se eche sus remilgadas manos a la cabeza, al comprobar que con un Papa aperturista hemos topado. Para Jorge Mario Bergoglio –nombre más propio de un delantero de Boca Juniors que de Papa-, “muchas mujeres llevan en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa”, mientras que muchas otras tan sólo llevan una cicatriz y punto.

Con independencia de lo sensible del asunto, de mi pasado como estudiante salesiano –aunque hoy padezco cierta minusvalía de fe- o de que entre mis escasos lectores se encuentran una excelente catequista y un díscolo monaguillo, no voy a entrar a valorar las distintas causas o motivaciones individuales que llevan a una mujer a tomar tan dramática decisión, pues es demasiado fácil y gratuito opinar sobre algo tan hondo y personal.

De lo que si tengo opinión es de la gracia papal, y lo cierto es que se agradece que desde la instancia eclesial se conceda la opción de redimirse, sin necesidad de mayores letanías, a todas aquellas personas que lo necesiten, sean creyentes o no, o sencillamente a quien tan sólo quiera estar en paz y en gracia con Dios. Van a necesitar más de una indulgencia, la social, la familiar, la de la conciencia o la de quien piensa diferente, por lo que contar con la religiosa no es poca cosa.

“Por sus hechos los conoceréis”, reza el Evangelio de San Mateo y sin duda vamos reconociendo en el actual regidor cristiano una altura de miras ciertamente plausible en comparación con anteriores prelados, como su antecesor Benedicto XVI que, por ejemplo, nada hizo por atajar el problema de los abusos sexuales de muchos de sus correligionarios. Si la cara es el rostro del alma, Bergoglio tiene cara de buena gente y sonríe a menudo mientras que Ratzinger tenía mirada torva y aviesa, con lo que intuyo que no perdonaba ni un pisotón.

En mayor o menor medida, todos somos pecadores y ansiamos el perdón para no quedarnos en las faldas del Gólgota y asegurarnos de esta amnistiada manera un buen sitio en el mundo de los cielos, si bien es verdad que, como dice mi padre, “desde allí no ha escrito nadie”. Quizá no haya existido jamás ni el éxodo ni el maná para todos, o lo que nos espere nada tenga que ver con el temido juicio final y sea bien distinto. O nos limitemos a entrar por una puerta y salir por otra, sin más. Quién sabe.

El condescendiente Papa Francisco, para tranquilizar a sus huestes más radicales y recalcitrantes, enfatiza no obstante que el aborto -al que califica de drama existencial y moral- sigue siendo un pecado grave pero que no por ello deja de ser perdonable a los ojos del Misericordioso, que con ejemplos como éste hace gala de su rimbombante calificativo. En la misma línea -todos a una-, la curia eclesiástica también se apresta a puntualizar que tal medida, sin arrepentimiento, no tiene sentido. Sabido es que arrepentidos los quiere el señor y que su misericordia es infinita.

Gracias a su clemencia, el Santo Padre pretende que nada se interponga en la conexión wifi que media entre el pecado y el reino celestial, eliminando obstáculos que dificultan ese camino o lo dejan sin cobertura para poder alcanzar así “la fuerza liberadora del perdón”.

Hasta Rocky Marciano pedía perdón a sus púgiles contrincantes y Jesús, por perdonar, perdonó hasta al paralítico de Cafarnaúm, no sabemos bien por qué pues bastante tenía él con lo suyo. Para Shakespeare “el perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra y es dos veces bendito puesto que bendice al que lo da y al que lo recibe”.

Espero que tal medida sea aplicada sin excepciones y que no nos encontremos a ningún ensotanado que se niegue a otorgar el perdón papal por motivos de conciencia, al igual que algunos concienzudos médicos se niegan a practicar abortos. ¿Qué pasará en estos casos de rebeldía sacerdotal? Difícil respuesta, cuando como decía Tolstoi “vivir en contradicción con la propia razón es el estado moral más intolerable”.

Celebro sin duda que nuestro cardenal supremo haya abierto una nueva puerta donde otros que le antecedieron se limitaron a calzarse los mocasines rojos y pegar un portazo en la Basílica de San Pedro, cuya Puerta Santa permanece ahora entornada para aquellos que quieran obtener el perdón por sus acciones u omisiones abortistas.

Y es que a quien Dios le dé su perdón, que San Pedro se lo bendiga.

Ego te absolvo

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