Vivimos rodeados de personas, pero nos sentimos íntimamente solos. Solemos pensar que lo que nos ocurre a nosotros es excepcional. La buena literatura nos muestra que ni estamos solos, ni somos excepcionales. Los buenos escritores construyen, con hechos excepcionales, historias que conectan con millones de lectores. Tolstoi decía: para ser universal, describe tu aldea. Paco Roca describe su aldea a la perfección, por eso, es universal.

Leyendo Arrugas, uno se puede sentir fácilmente un viejo con Alzheimer que se aterroriza, en un momento lúcido, por el futuro; o una joven que viaja alegre en el Orient Express. Leyendo Los surcos del azar, puedes sentir el hambre, la miseria y el miedo de un republicano que huye en barco hacia la costa africana cuando termina la Guerra Civil.

Con La casa he sentido como se me erizaba el vello de los brazos en algunos fragmentos. Esto es una señal inequívoca de haber alterado de forma significativa mi sistema nervioso. Las tres primeras hojas son mudas y, sin embargo, magistrales. Uno comienza la lectura con un nudo en la garganta. En este comic, Paco Roca habla de una generación, la de su padre, y la del mío, que trabajó muy duro. Esa generación que se construía ladrillo a ladrillo una casa en el campo durante los fines de semana. Todos ellos comenzaron con trabajos muy humildes y fueron progresando poco a poco. Consiguieron no solo la casa en el campo, sino la formación que deseaban para sus hijos. Humildes, trabajadores y tercos, nunca presumían de nosotros en nuestra presencia, pero sí a nuestras espaldas. Fueron los padres más orgullosos del mundo.

Aquellas casas del campo se convirtieron en testigos mudos del tiempo. Se fueron poblando de los recuerdos de muchas tardes de verano. Hay que moverse con cuidado por esas casas, debajo de cada libro puede habitar un recuerdo que el contacto con el aire desintegra como al ala de una mariposa. Desde aquellas terrazas nuestros padres se sintieron los amos del mundo. Y ahora que ellos no están, volvemos a La casa para recordarles, para contarles a nuestros hijos cómo eran sus abuelos. Somos los hijos más orgullosos del mundo. Volvemos una y otra vez a sentarnos en su terraza para contemplar el mundo que nos dejaron.

Sí, Paco, las vistas son preciosas.

 

La casa de Paco Roca

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